Tan compleja, triste y hermosa como la vida misma
Unless you love, your life will flash by.
En casi dos horas veinte, Terrence Malick se propone a englobar toda la alegría, la tristeza, el drama y la épica que significa ser humano. Al lado de eso, la creación y la destrucción de la Tierra (del universo, también) queda como algo... pequeño. Es un film demesurado y desproporcionado pero en el buen sentido: la odisea (del espacio) visual remite a 2001, de Stanley Kubrick, sólo por hablar de uno de sus referentes. Pero en esa visión bigger (¿o deberíamos decir equal?) than life lo primordial son todos los aspectos que nos constituyen como personas; el vínculo que establecemos con la naturaleza y la religión.
En esta aventura ambiciosa, Malick pone especial atención a los pequeños detalles de las vivencias de Jack (Hunter McCracken, el verdadero protagonista de la película) en su hogar de clase media en Texas, alrededor de la década de 1950. La cámara capta con ángulos panorámicos todas aquellas cosas hermosas que nos llaman la atención: desde la cara de un bebé reposando en el hombro de la madre, hasta el andar del padre por una fábrica nueva y limpia, luego vieja y corroída por el paso del tiempo. Esas son las cosas que verdaderamente interesan. La magnitud de lo que vemos en pantalla nos recuerda que somos seres finitos, apenas "algo" en el cosmos. Jack, el menor, crece entre el orden (el cosmos) representado por el padre (en una primera visión puede parecer demasiado estricto: no lo es) y el desorden (el caos) representado por la madre. Para Pitágoras el universo se rige entre la armonía musical y la armonía cosmológica: en la película todo tiene un rol musical, incluso los silencios. Escuchamos composiciones de Brahms, Taverner, Berlioz, mezclados con la música original de Alexandre Desplat (como siempre, una gran partitura nunca altisonante, nunca en primer plano, que se complementa con el resto de los "apartados técnicos"). Toscanini es el referente del Señor O'Brien (Brad Pitt que compone en cada gesto, cada mirada, cada arranque de furia, no un concepto, sino a un personaje). Él trata de llevar la orquesta, su familia, con armonía, pero pronto descubre que es una tarea bastante complicada. Sigue el camino de la gracia (como anuncia la madre al principio: "Hay dos caminos en la vida: el de la gracia y el de la naturaleza. Hay que elegir a cuál seguir") pero cuestiona las cosas que le suceden, no entiende ni comprende como es que Dios permite que sucedan las cosas que, efectivamente, suceden. Aunque a veces los voice-over de la madre irritan un poco (parecen llenos de filosofía new-age, explicativos y pretenciosos) el film nos recuerda que se adopta al punto de vista de esta familia tradicional norteamericana de religión católica. Desde esa cosmovisión interpreta el resto.
Si Akira Kurosawa filmó Ran siempre por encima del hombro los personajes, dando la sensación de que veíamos todo desde el punto de vista de un Dios, Malick parece embobarse, maravillarse, con tantos planos en contrapicado de edificios, personas, luces, sombras... es como si viera todo como la más grande y bella creación. La creación del universo, los girasoles, las nubes, todo está filmado con extrema delicadeza. Es cierto que eso mismo se parodiaba en la grandísima Adaptation. (El ladrón de orquídeas, de Spike Jonze) pero aquí todo está tan bien hecho, con tanto decoro y prolijidad que lo que hubiese sido banal termina siendo poético. No se trata de descifrar símbolos, como si fuera una película de Ingmar Bergman. Walter Lippmann decía que todos creemos en imágenes preexistentes en nuestras mentes (los tan mentados preconceptos o prejuicios) y convertimos las ideas en símbolos. Malick deconstruye todas estas imágenes inconexas a priori, para que el sentido se lo otorgue el espectador. El ritmo, la deconstrucción, permite que se derriben todos esos prejuicios, esas ideas preconcebidas de esto y aquello. Eso, claro, hasta el tercera acto, donde -sin adelantar nada-, la película nos dice, nos indica qué es lo deberíamos pensar y sentir. Es un error donde muchos grandes cineastas han caído (recientemente, Peter Jackson con The Lovely Bones y Clint Eastwood con Hereafter).
Brad Pitt no es el único actor que brilla. Desde el pequeño Hunter McCracken, la mística Jessica Chastain -uno de los nombres más promisorios del cine, de aquí en más con su voz celestial y pasiva-, hasta la breve aparición de Sean Penn, todos son funcionales al relato. A veces el tono filosófico agota, los personajes hablan poco pero pareciera que hablan de más (otra vez: el voice-over el personaje de Chastain), alguna secuencia onírica molesta (de nuevo, involucra a Chastain, esta vez, volando) y el tercera acto que sí bordea lo banal. Pero son reparos más bien menores en una obra con tantos aciertos. Es como si el protagonista desquiciado, rebelde, enorme, que se devora la película, fuera la película misma. Ya saben: el ciudadano Kane, el Daniel Plainview, es el mismo director. Necesitamos de la épica en nuestras vidas, y también en el cine. Este es un relato épico, no sólo por la escala, sino por la atención con la que está realizada. David Lean borraba las huellas que dejaba la producción y los camellos antes de cada toma en Lawrence de Arabia. Tal trabajo no se puede apreciar, pero nos da una idea enorme de lo que es la película.
La primera vez que salí de la sala de cine, experimenté cierta confusión: admiraba la película y había podido conectar emocionalmente, pero también comprendía algunas de las quejas con la narración del film. Luego de verla por segunda vez, comprendí que la narración no es compleja. Hasta se podría decir que es clásica, salvo por un par de saltos temporales. También entendí que todos los "grandes temas" que recorre la película quedan pequeños, porque se centra en algunos puntos en cuestión, no en todos. Ahí está el acierto: la familia es la columna vertebral del film, el modo en que la entendamos hará que veamos una obra mayor o menor. De eso se trata el arte: de interpretar y conmovernos. No de imágenes grandilocuentes o temas serios. El Árbol de la Vida, ante todo, conmueve.