Más estilo que sustancia
Si éste fuera un corto de 14 minutos, sería algo maravilloso. También si fuera un mediometraje de 40, una película de 70, incluso de 90. Pero dura 140. Paradójicamente, aún con esa duración deja unos cuantos puntos oscuros. Otra paradoja: el tráiler oficial, de sólo 214" de duración, muestra con mucha mayor claridad el conflicto principal de la obra (el dolor de un hombre ante la figura paterna y los recuerdos de infancia). Y aun así hay gente que no lo entiende. Lo que sí queda claro, para quien vea el tráiler y para quien se sumerja en la obra completa, es la enorme altura del director de fotografía Emmanuel Luzbezki.
Las imágenes que logra este artista mexicano, su trabajo con luz natural incidiendo sobre los interiores, la suavidad de la cámara para seguir a los personajes, la determinada luz que dispone para cada uno, la imponencia de los paisajes y la precisa inserción de microfotografías, todo eso es impecable y justifica la visión de la película en pantalla grande. Al placer de las imágenes contribuyen la ambientación de Jack Fisk en los 50, la banda sonora de Alexandre Desplat, con párrafos de Brahms, Smétana y otros autores de ese calibre, el aporte del veterano Douglas Trumbull en algunos efectos especiales ópticos, los rostros de un elenco muy bien elegido, y, particularmente, el estilo Malick de edición hecha en base a tomas fragmentarias, tal como uno recuerda ciertos momentos lejanos, y voces susurrantes como las de algunos sueños.
Y es que éste es un extenso poema cinematográfico, donde recuerdos familiares dan espacio para reflexiones susurradas, preguntas tristes que no tendrán respuesta, visiones del origen del mundo, y epílogo espirituoso new age. Momentos bellísimos gratifican al espectador y le hacen reencontrar algunos ecos (generalmente dolorosos) de su propia infancia, o su propia experiencia como padre. Otros momentos quizá le parezcan ecos de unción espiritual, vagamente religiosa, con un epígrafe tomado del Libro de Job 38; 4,7 («¿Dónde estabas tú cuando Yo fundaba la tierra?»), etc., pero en el fondo hay más estilo que sustancia, y el conjunto se hace demasiado pomposo, largo y cansador. Con todo, hay exégetas dispuestos a endiosar a Terence Malick, conocido cultor de Heidegger, y hay que reconocer que el hombre tiene arte y sensibilidad, pero, puestos a escarbar, la mayoría de las explicaciones suenan como las de Marcos Mundstock interpretando el pensamiento de Warren Sánchez en un viejo sketch de Les Luthiers. Hablando de viejo, la génesis de «El árbol de la vida» nació promediando los 80. Eso explica, tal vez, cierto parentesco con «2001», «Koyanisquatsi» y «Los motivos de Berta», y algunas elecciones musicales.