La última película de Terrence Malick es un poco más pretenciosa que sus predecesoras. Conocido por films como "La delgada línea roja" y "El nuevo Mundo", Malick es todo un personaje dentro del mundo cinematográfico.
Proveniente de una formación académica en Filosofía, sus films están lejos de ser los típicamente comerciales, pese a que elige un cast de actores de primera línea.
En "El árbol de la vida" se adentra desde un lenguaje muy poético y personalísimo en cuestiones bien filosóficas como el origen de la vida, la fe, Dios, la posibilidad de la vida después de la muerte, pero también en problemas terrenales como el amor, el odio, la violencia.
A través de un relato no lineal, plagado de sugerentes imágenes de la naturaleza y la formación celular, se centra en una familia de clase media americana en los años ’50. Modelos educativos propios de la época, sumados a una estricta disciplina, generan en el personaje principal, Jack, un niño de no más de 12 años (Hunter McCracken), una rivalidad entre padre (Brad Pitt) e hijo por el amor de la madre (Jessica Chastain).
El relato intercala imágenes del personaje de Sean Penn, un Jack ya adulto, oponiendo su infancia (plagada de juegos, en los suburbios, feliz pese a la enemistad paterna) con un presente frío, tecnológico, corporativista, y miserable.
"El árbol de la vida" se convierte rápidamente en esos films “carismáticos” que logran dejar a la audiencia embelesada y fascinada con la propuesta estética o bien –entre los que me encuentro- un tanto fastidiada por el cripticismo y la pompa con que el tema es encarado, pero que sin duda no pasan desapercibidos.
Por supuesto es una propuesta diferente e infinitamente preferible a cualquiera de los estrenos internacionales que ofrece la cartelera actualmente. Sin embargo, Malick elige aquí aproximarse a los grandes temas de la humanidad desde la grandilocuencia.