Drama familiar acerca de lo que sucede cuando un joven regresa a su pueblo natal tras terminar la facultad, el filme del realizador turco de “Uzak” cuenta en más de tres horas una historia de encuentros y desencuentros matizados por conversaciones sobre los más diversos temas y problemas familiares de difícil resolución.
El regreso a casa, ese tópico tan caro a cineastas y escritores, tiene una nueva versión en EL ARBOL DE PERAS SILVESTRE/THE WILD PEAR TREE, la película del realizador turco Nuri Bilge Ceylan, ganador de la Palma de Oro de Cannes en 2014 con WINTER SLEEP. Es una película más liviana, relajada y amable que aquella severa adaptación de Chekhov, pero a la vez continúa con su exploración emocional y también filosófica de las relaciones familiares y de cómo las distintas generaciones se enfrentan entre sí y con la cultura que integran.
El protagonista del filme es Sinan, un joven de veintipico que ha vuelto a su pueblo natal luego de recibirse en la facultad. Ha estudiado Letras, quiere ser escritor y la vida pueblerina no parece sentarle del todo bien. Están los enfrentamientos familiares, especialmente con su padre que también era un soñador e intelectual de joven pero que hoy parece contentarse con apostar, pedir prestado, no pagar las cuentas y a duras penas no perder su trabajo como maestro. A la vez sus amigos del pueblo lo miran con recelo y la típica sensación (no del todo equivocada, en este caso) de que el regresado los mira con superioridad y algo de condescendencia.
Ceylan narra esa historia a lo largo de tres horas, tomándose todo el tiempo del mundo para desarrollar cada encuentro, conversación o choque de Sinan con su padre, su madre, sus abuelos, amigos, colegas, una mujer y los funcionarios de turno que podrían ayudarlo a publicar su primer libro, que está ya escrito. Las conversaciones tienen un ver con las frustraciones familiares (ni su madre ni él toleran demasiado al aparentemente amable, despreocupado pero un tanto chanta padre), pero también se habla sobre literatura, religión, política, amor, celos y otras problemáticas específicas de los protagonistas. Y todo fluye naturalmente en el film.
Si bien ha filmado en un formato digital de alto contraste que es un tanto pobre visualmente en relación a la magnificencia en ese terreno de otras películas del director de UZAK, las idas y vueltas de la historia superan las limitaciones formales que de tanto en tanto se dejan ver. Es que más que nada se trata de un filme de encuentros y desencuentros, de conversaciones, de miradas y silencios que hace centro en el choque entre las expectativas y la realidad, entre lo que creemos que somos y lo que verdaderamente hacemos, y entre lo que esperamos de los otros y de nosotros frente a los que nos dan… y lo que damos.
La problemática de Sinan, más allá de algunas especificidades de la vida de provincia en Turquía, es muy universal. Muchos hemos atravesado ese reencuentro y desencuentro familiar, ese no saber qué pensar de nuestros padres, de nuestros amigos de la infancia y del lugar del que somos. Ceylan, inteligentemente, le agrega otro ángulo para pensar ese tema, que tiene que ver con replantearnos nuestra propia posición ante las cosas: quizás tenemos una autoestima demasiado alta y no somos del todo capaces, en esas situaciones, de darnos cuenta que tal vez los equivocados seamos nosotros mismos. Y que haríamos bien en escuchar a los otros en vez de maravillarnos con el sonido de nuestra propia voz.