Busco mi destino
En El árbol de peras silvestres (Ahlat Agaci, 2018), el realizador turco Nuri Bilge Ceylan nos lleva por los caminos polvorientos de un pueblito rural, acompañando al protagonista de la película en un proceso de búsqueda y construcción de su propia identidad. El camino hacia la adultez, parece decirnos el director, es un camino sinuoso y con no pocas dificultades.
Sinan (Dogu Demirkol) acaba de graduarse en la universidad y vuelve a la casa de sus padres en su pueblo natal. En su ausencia, las cosas han cambiado, lo que le genera una especie de extrañamiento y rechazo hacia lo que era su mundo. Con cierto aire de superioridad, cuestiona todo lo que lo rodea: desde su entorno familiar hasta los principios de su religión.
Esa realidad que de alguna forma se le presenta como ajena, también lo constituye. Por eso intentará demostrar enfáticamente su rechazo a la misma. Uno de sus mayores temores es seguir los pasos de su padre Idris (interpretado magistralmente por Murat Cemcir), un profesor de escuela al que su adicción al juego lo ha llevado a perder todo y ser objeto de burlas y persecuciones por parte de sus acreedores.
Esa figura paterna desprestigiada le genera las mayores inquietudes, toda vez que el propio Sinan, buscando publicar el libro que escribió durante su estancia en la universidad, lleva a cabo algunas acciones que se asemejan a las cuestionables actitudes de su propio padre por conseguir dinero para volver a las apuestas. Aunque trate de justificarse afirmando que por lo menos, lo suyo tiene un fin noble, sabe que los actos cometidos por ambos son similares.
Cargado de cinismo, parecería que Sinan piensa que nadie está al nivel de su intelecto y de sus aspiraciones. O simplemente, ¿se niega a ver las similitudes que tiene con los otros habitantes del pueblo?
Durante las tres horas que dura la película, el protagonista se introduce en acaloradas discusiones con uno de los escritores más populares, con los religiosos del pueblo, con sus ex compañeros de colegios y amigos. A todos cuestiona, pero en ese mismo acto, se está cuestionando a sí mismo.
Sinan está sólo, pero no cesa su búsqueda. La cámara de Ceylan lo acompaña en ese proceso, lo interpela con unos primerísimos primeros planos, acosándolo cómo lo hacen sus propios pensamientos y sueños.
“Los jóvenes deben criticar a los viejos” le dice su padre. Pero también, Ceylan le dará un lugar a la comprensión y a la empatía. A veces hay que bajar la guardia, aprender a escuchar al otro, aceptar las diferencias y reconciliarse con las similitudes.
Esa parecería ser la reflexión final de esta intimista película.