Todos acusan En octubre de 1894, un joven oficial del ejército francés, el capitán Alfred Dreyfus, es detenido y acusado de haber entregado información confidencial a Alemania. Un consejo de guerra, luego de un juicio plagado de irregularidades, condena a Dreyfus a ser deportado de por vida a la Isla del Diablo, de donde será liberado años después y finalmente indultado. El “Caso Dreyfus” es uno de los hitos en la historia política francesa, donde el antisemitismo y los secretos de estado, dejaron al descubierto cuestiones intrínsecas de su accionar. J'accuse (An Officer and a Spy, 2019) lleva a la pantalla esta historia que pocas veces el cine había retratado. Sin embargo, no es cualquier director el que se puso tras las cámaras. Roman Polanski representa actualmente la encarnación del mal. Hace más de 40 años cometió un hecho aberrante, por lo que gran parte del público sigue despreciando su obra por el condenable acto que cometió al abusar de una menor de edad. No cabe duda que la elección de Polanski no fue azarosa. Aunque el realizador en alguna entrevista sostuvo que “es realmente aberrante y estúpido decir que me creo Dreyfus”, el paralelismo que intenta deslizar el director es más que evidente. Por ello, algunas presentaciones de la película fueron escenario de protestas. En el plano estrictamente cinematográfico, J'accuse se destaca principalmente por su valor en la minuciosa reconstrucción histórica. Con una puesta en escena y una narración clásica – cuasi teatral –, la película desmenuza los pormenores del proceso viciado de irregularidades que condenó al joven oficial francés. Polanski decide contar la historia desde la mirada del Teniente Coronel Georges Picquart, un militar antisemita que pasa de ser uno de los acusadores a defensor de la inocencia de Dreyfus. “Los judíos siguen sin gustarme, pero usted es inocente” le dice a Dreyfus (un irreconocible Louis Garrel). La sólida interpretación de Jean Dujardin, refleja en su actuación el camino que recorre a medida que avanza en el descubrimiento de la verdad de los hechos. La corrupción, la doble moral, el falso patriotismo, la defensa de las instituciones por sobre las personas, los prejuicios, la moral y la ética son algunos de los diversos tópicos que recorre la última obra de Polanski. Tal vez no sea la más lograda de su filmografía, pero igualmente se destaca en el panorama del cine contemporáneo, ya que es una película que invita a la reflexión y al debate. Actualmente, pocas obras cuentan con esas invaluables virtudes.
Quien mucho abarca El documental Una historia de la prohibición (2020) de Martín Reiznik y Juan Manuel Suppa Altman, disponible en forma gratuita en la plataforma Cine.ar, es mucho más que la historia que anuncia su título. En ello radican sus muchas virtudes, pero también sus debilidades. Todo comienza con la historia de Eric Sepúlveda quien fue detenido en un control policial y posteriormente procesado por poseer una jeringa con aceite de cannabis. Este caso será el disparador para que los realizadores se adentren en las diversas facetas que abarca la prohibición de ciertas sustancias por parte de las autoridades. Por un lado, al estilo de las series documentales de Ken Burns, en la película se realiza una pormenorizada historia de las prohibiciones, remontándose en el relato hasta el siglo XVII en busca de los orígenes y de su sustento filosófico-normativo. Una voz en off va construyendo la historia sobre un más que interesante material de archivo, como así también con escenas del cine de las distintas épocas y su mirada sobre el tema. Volviendo al caso Sepúlveda, la línea argumental del relato se bifurca en diversas direcciones: lo absurdo de los procesos judiciales, la preparación de las fuerzas policiales, el objetivo “errado” de la guerra contra las drogas, el autocultivo, los beneficios medicinales del aceite de cannabis, la experiencia uruguaya, entre otros. Demasiados temas para un documental que apenas supera la hora de duración. Sin embargo, la falta de profundidad de algunos de los temas citados, un formato cuasi-televisivo y cierta “romantización” del protagonista, no le restan valor a una película que abre las puertas a la reflexión y a un debate que en nuestra sociedad aún se encuentra pendiente.
Edisons argentinos En un diario de la época, con ese título se anunciaba el invento que habían desarrollado Luis Polo, Antonio Tosolini y Juan Balvonesi en la ciudad de Belle Ville, Córdoba, el 20 de abril de 1931. Un invento con el que iban a cambiar para siempre la historia del deporte más popular, una pelota sin tiento, con pico y costuras invisibles, y a la que bautizaron “Superball”. La película del Colectivo Audiovisual VacaBonsai, dirigida por Agustín Sinibaldi, no sólo cuenta, como reza su gacetilla de prensa, “la verdadera historia de la pelota de fútbol”. Como la reiterada frase, atribuida a León Tolstói, “pinta tu aldea y pintarás el mundo”, el documental invita a la reflexión de numerosos temas sin caer en el subrayado, ni en la bajada de línea. Claramente, hay una mirada que revaloriza el espíritu amateur del deporte, con las historias de los futbolistas del club local que desarrollan otras actividades para poder vivir y hasta juegan con botines prestados. También en esa línea, se destacan las declaraciones del ex jugador profesional (y campeón del mundo), Mario Kempes quien sostiene que “lo principal de FIFA es el dinero y lo demás no importa nada”. Al mismo tiempo se pone de manifiesto la importancia del deporte en la vida social, y más precisamente del club como centro de encuentro – con las fiestas que se celebran los sábados – y de construcción de lazos sociales, que se fortalecen en esa ceremonia pagana que son los partidos del equipo del pueblo. La Superball (2020) es también una reflexión sobre los procesos de fabricación, la (im)posibilidad de desarrollar una industria nacional, la falta de apoyo estatal, la importación indiscriminada y la precariedad laboral. Uno de los entrevistados se lamenta por “lo que Bell Ville podría haber sido”. Sin dudas, la explotación adecuada del invento desarrollado en la ciudad, se podría haber transformado en una fuente de trabajo sólida para toda la zona. En la construcción del relato, en primer término escuchamos los testimonios de los dueños de la fábrica de pelotas, quienes se lamentan de que la Asociación del Fútbol Argentino no les brinda su apoyo y afirman que las licitaciones fueron a manos de empresas brasileñas. La cámara de Sinibaldi resalta la belleza del proceso cuasi artesanal de producción de las pelotas. Sin embargo, esta imagen que remite a David enfrentándose al gigante Goliat, se ve duramente contrastada por las historias de las cosedoras “de fútbol”, que trabajan a destajo por un ínfimo sueldo y sin ningún tipo de amparo laboral, encontrándose obligadas a seguir trabajando a pesar de las numerosas enfermedades que les producen las tareas. “Los patrones son todos patrones”, afirma uno de los entrevistados. La Superball es una película que a partir de una pequeña gran historia, nos propone pensar numerosos aspectos de nuestro país. Un país que pudo haber sido. La mirada del realizador intercala las convenciones del documental de “cabezas parlantes”, con momentos poéticos a través de una fotografía que maneja la luz y el color con una precisión y una intencionalidad muy precisas, acompañadas por las sutilezas musicales del grupo “Los Mutantes del Paraná”, generando una invitación a la reflexión.
En busca del periodismo perdido Citar a Dante Panzeri al caracterizar al fútbol como “la dinámica de lo impensado”, se ha convertido en un lugar común. Y cada vez que sucede eso, la frase se vacía de contenido. Queda el slogan y se pierde el significado. Panzeri fue uno de los periodistas deportivos más importantes de nuestro país, que analizaba el deporte en profundidad y centrando su mirada no sólo en lo que sucedía dentro de un campo de juego, sino también en el contexto que rodea al mismo. Ejercía el periodismo de una manera que prácticamente se encuentra perdida (salvo algunas pocas y honrosas excepciones). En Buscando a Panzeri (2020), el realizador Sebastián Kohan Esquenazi, como lo indica el propio título de la película, se sumerge en la búsqueda del mítico periodista. Un camino laberíntico, en el cual irá develando algunos aspectos de la vida de Panzeri, a partir de testimonios y escritos. El registro audiovisual de su obra, en un país que desdeña de la preservación de su memoria, resulta desgraciadamente infructuosa. Incluso, en una escena que destaca por su originalidad, un actor “interpreta” a Panzeri para que el espectador pueda “ver” la fisonomía del periodista. Kohan Esquenazi nos invita a acompañarlo en ese derrotero, tanto cuando recoge algún testimonio valioso, como cuando se enfrenta a un callejón sin salida. Como un rompecabezas, va reconstruyendo el lado humano de Panzeri a través del recuerdo de familiares y amigos. Su obra, aparece a través de sus escritos y de las palabras de prestigiosos periodistas deportivos (Ezequiel Fernández Moore, el “Ruso” Verea, Diego Bonadeo), del filósofo Tomás Abraham, entre otros. Sin embargo, la película nos deja el sinsabor de toda la obra perdida por la falta de preservación. Buscando a Panzeri no es simplemente un documental de cabezas parlantes. Al estilo de El ciudadano (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles (salvando las distancias), la reconstrucción de la vida de un hombre notable a partir de testimonios y material de archivo (y la forma en que los mismos se van develando), le otorga a la película una curva dramática, que más allá del indudable valor histórico que posee, lleva al espectador a presenciar una película de detectives. El documental de Kohan Esquenazi iba a tener su presentación en el BAFICI pero la pandemia llevó al realizador a presentarlo a partir de este jueves en la plataforma Puentes de Cine.
Generación M En Catorce (Fourteen, 2019), el realizador y crítico Dan Sallitt reflexiona sobre la amistad y la forma en que el paso del tiempo y las vivencias individuales transforman esas relaciones que se construyen en la adolescencia. Mara y Jo son amigas desde los catorce años (de ahí el título de la película). Con personalidades bien diferenciadas, ambas comparten una inestabilidad laboral y una serie de fracasos amorosos. La única constante en la vida de estas dos mujeres es la amistad que mantienen entre ellas. Un lazo bastante particular, fundado en las constantes demandas de Jo (Norma Kuhling) y el infaltable auxilio de su amiga Mara (notable interpretación de Tallie Medel). El relato se construye a partir de eventos cotidianos intrascendentes, reuniones sociales en bares e innumerables chats. La historia es cronológicamente lineal, pero el realizador las presenta con elipsis temporales aleatorias y sin darle mayor información al espectador. El paso del tiempo resalta las diferencias entre ambas amigas, Mara va construyendo una vida con cierta solidez laboral a la que se suma su maternidad; y Jo se vuelve cada vez más inestable en todos los aspectos de su vida. En ese discurrir del tiempo, ese idilio platónico y sufriente de Mara hacia Jo se irá diluyendo, produciendo un distanciamiento entre ellas. La vida bohemia y fuera de control de Jo, cuyo origen se remonta a un evento traumático de la adolescencia (del que el realizador no aporta mayores detalles), sobrepasa la infinita compasión de Mara. El distanciamiento entre ambas, genera que sus caminos se bifurquen dando lugar a la tragedia y (como contracara) la culpa). Dan Sallitt le da forma a su película como reflejo del vínculo entre las protagonistas. Un vínculo donde prevalece el silencio y las cosas sin decir. Los eventos se suceden fuera de la pantalla, el espectador accede a los hechos a través de la mirada de Mara. Estrenada en el Festival de Berlin 2019, la película reflexiona no sólo sobre la amistad, sino también sobre el paso hacia lo que podemos denominar la vida adulta, que no depende solamente de nuestras decisiones sino también de las herramientas que uno cuenta para adaptarse a ese nuevo mundo y que mayoritariamente se obtienen durante nuestra adolescencia, a los “catorce”.
Varios son los géneros a los que recurre la realizadora Anne Fontaine en Blanca como la nieve (Blanche comme neige, 2019) para reversionar el clásico cuento de hadas infantil popularizado por los Hermanos Grimm con el objeto de contar la historia de Claire, una mujer inmersa en un proceso de búsqueda (y descubrimiento) de sus deseos y de su felicidad. Claire (Lou de Laâge), es una femme fatale inocente, que despierta una atracción irrefrenable en todos los hombres que la conocen, generando que su madrastra Maud (Isabelle Huppert) enceguecida por la envidia, quiera deshacerse de ella. Escapando del ataque pergeñado en su contra, se refugiará en el bosque donde deja atrás su vida pasada y comienza una profunda liberación, principalmente en el plano sexual. En una de las escenas de la película, Claire le confiesa a un sacerdote que se acuesta con muchos hombres y le pregunta si no es una pecadora. “Sólo estás viviendo”, le responde el sacerdote. Allí, radica tal vez, una de las mayores virtudes de Blanca como la nieve, la mirada acrítica de la realizadora sobre ese camino que recorre la protagonista en pos de la satisfacción de sus deseos y fantasías. La película toma elementos de la comedia negra, del thriller y del film noir, aunque por momentos esta extraña combinación no resulte del todo acorde con el relato. Asimismo, las diferentes referencias al famoso cuento - la manzana envenenada, la malvada madrastra, el bosque, el cazador y los siete hombres que rodean a la protagonista -, resultan algo forzadas y arbitrarias. Sin embargo, la sola presencia de Huppert justifica el visionado de la película. Como en la reciente La viuda (Greta, Neil Jordan, 2018), la veterana actriz parece disfrutar de la interpretación de personajes malvados. En su composición de la madrastra, encuentra el tono que debería haber tenido toda la película. Su personaje, es un personaje de fantasía de un cuento de hadas con ribetes muy oscuros. Si todos los elementos de Blanca como la nieve hubieran seguido esa idea rectora, apartándose de cierta solemnidad en el mensaje, la manzana hubiera sido más tentadora de morder.
El escritor fantasma Apartir de un “whodunit” que no busca un asesino, sino al misterioso autor de una novela, La biblioteca de los libros olvidados (Le Mystère Henri Pick, 2019) es una comedia que a pesar de cierta liviandad, reflexiona sobre diversos tópicos como las relaciones de pareja, la creación artística y los prejuicios de ciertos círculos intelectuales. Basada en la novela de David Foenkinos, la película se centra en el descubrimiento de una editora que encuentra un manuscrito en una biblioteca de libros rechazados (no “olvidados”, como el título con el que se estrena en nuestro país) por las editoriales, y que decide editarlo provocando un inesperado éxito comercial. A partir de allí, uno de los críticos literarios más populares de Francia (interpretado magistralmente por Fabrice Luchini) decide iniciar una investigación para encontrar al verdadero autor de la obra, ya que no considera posible que un pizzero de un pequeño pueblo haya podido escribir esa novela a la que todo el mundo elogia. Si bien la película de Rémi Bezançon destila un ligero humor en su trama, la misma no deja de tener un lado crítico hacia el mundo intelectual y editorial: por un lado el crítico con sus prejuicios de clase y formación; y por el otro, la industria editorial que monta todo un espectáculo para fogonear a un autor que tal vez no exista. En el medio, se cruzan historias de fracasos y frustraciones profesionales y amorosas, como así también de relaciones filiales conflictivas. La biblioteca de los libros olvidados es una película de detectives con toques de un humor cínico y crítico, fusionados con maestría por su director. Tal vez allí radique su éxito, por el cual en Francia casi un millón de espectadores concurrieron a verla.
Telenovela india El estreno de Querido señor (Sir, 2018) es otro de los misterios de la distribución y exhibición de películas en nuestro país. Una obra mucho más cercana a la telenovela televisiva que al cine, que recurre a todos los clichés de los peores melodramas de la pantalla chica. Escrita y dirigida por Rohena Gera, cuenta una historia de amor entre el patrón y su sirvienta, con la inevitable y previsible reflexión sobre las diferencias de clase y la discriminación; asó como también intenta reflexionar sobre las diferencias entre la gente del pueblo y los que habitan la “gran ciudad”. Pero cada tema que trata la historia lo hace desde el lugar común y con una corrección política que resulta tediosa. Se puede rescatar la solidez de las actuaciones de la pareja protagonista (Tilotama Shome y Vivek Gomber), que con mucho esfuerzo evitan que la película desbarranque por completo. Filmada con cierta torpeza, Querido señor, que tuvo su debut en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, es un melodrama costumbrista sin matices, que atrasa en su mensaje y, sin dudas su mayor defecto, aburre.
Infierno cotidiano En la película El acoso (Isha Ovedet, 2018), la directora israelí Michal Aviad, acompaña el padecimiento que debe atravesar una mujer generado por las actitudes abusivas de su jefe. Orna (Ben Shlush), madre de tres hijos, se encuentra en una situación económica apremiante. Su marido posee un restaurante que abrió recientemente, por lo que los ingresos de la familia son escasos. Decidida a trabajar, consigue un empleo en una importante empresa constructora. Allí, su jefe Benny (Menashe Noy), le dará la oportunidad de crecer en la empresa, pero al mismo tiempo comienza a ser abusivo con ella. El relato se construye a través de diversas situaciones que progresivamente irán configurando un mayor grado de violencia (sexual, física y psicológica) al que se ve sometida la protagonista. El acoso es un crudo retrato de las tremendas situaciones que deben sufrir algunas mujeres en su ámbito laboral. La originalidad del planteo, una de las mayores virtudes de la película, es reflejar cómo esa violencia repercute en los distintos aspectos de la vida de una mujer. La directora decide contar todas esas consecuencias “laterales” que se van sucediendo: las dificultades para contar lo que está pasando, la incomprensión, las presiones económicas, las tensiones en la pareja, y un extenso etcétera. Un final que desentona con el resto de la película, por poco da por tierra con lo que la realizadora fue construyendo, y debilita un poco esta terrible historia. Sin ser una obra maestra, la gravedad de lo narrado convierte a El acoso en una película necesaria toda vez que visibiliza una situación desgraciadamente habitual.
De padre a hija El actor Casey Affleck se vuelve a poner tras la cámara para dirigir una película que cuenta la historia de supervivencia de un padre y su pequeña hija en un futuro distópico donde todas las mujeres han muerto a causa de una extraña enfermedad. El director revisita un género que es muy popular en los últimos tiempos, para reflexionar sobre las relaciones paterno filiales. El instinto de supervivencia y la adaptabilidad del ser humano a un mundo devastado son los grandes temas de este tipo de películas. Sin embargo, en La luz del fin del mundo (Light of My Life, 2019) el realizador centra su mirada en ese padre (interpretado por el propio Affleck) que debe proteger a su pequeña hija en ese terrible contexto. El protagonista, a pesar de las circunstancias extremas que tiene que atravesar, intenta educar a su hija: para ello inventa historias con mensajes edificantes, le da charlas sobre las relaciones sexuales y la preserva, en la medida de lo posible, del horror cotidiano, aunque al mismo tiempo le provee las herramientas que le permitirán afrontar todo tipo de situaciones, incluso la posibilidad de su propia muerte. La película sólo recurre al género de cine post-apocalíptico, para darle un contexto que le provee una mayor intensidad a la construcción de la siempre difícil relación entre padres e hijos. Si bien hay momentos de suspenso y de violencia, Affleck busca mantener el foco en la interacción entre sus protagonistas. La luz del fin del mundo es una película cargada de sensibilidad (no de sensiblería), que por momentos cae en cierto tedio por la morosidad de algunas escenas, sobre todo por algunos diálogos que resultan redundantes y que generan que la duración de la película sea un poco excesiva. Sin embargo, Casey Affleck muestra algunas pinceladas de genuino talento, entre ellos obviamente, la dirección de actores, lo que permite avizorar una interesante carrera como realizador.