Pequeña advertencia sobre esta nueva película del turco Nuri Bilgen Ceylan: el árbol del título no es ningún salvaje. Es un peral silvestre, un pyrus pyraster, similar al pyrus communis pero con algo distinto en su naturaleza. Ese título recuerda el de “Fresas salvajes” (uno las imagina con lanza y taparrabos) que alguien le puso a una película de Ingmar Bergman, aquí por suerte estrenada como “Cuando huye el día”, donde un viejo recordaba, entre otros, cierto episodio de juventud vinculado a unas frutas silvestres.
Además de esa molestia, estos autores tienen varias cosas en común: inquietud por el alma humana, personajes llenos de angustia existencial, diálogos filosofales, o poco menos, notable elección y dirección de intérpretes, preciosa fotografía, música bien elegida. También podría pensarse en el iraní Abbas Kiarostami de “El sabor de las cerezas”. Pero, entre otras cosas, la tensión es bastante apagada, falta la parte espiritual y sobra minutaje. Como diría Sarmiento, el mal que aqueja a Bilgen Ceylan es la extensión.
Aquí asistimos a tres horas de sucesivas conversaciones entre un joven recién graduado que vuelve a casa y se va encontrando con un viejo amor, amigos de otros tiempos, gente que quizá podría ayudarlo a publicar su primer libro, etcétera. Por suerte son conversaciones interesantes, bastante agudas, y entre todas componen un cuadro de la sociedad de su país. Pero no perderían demasiado si fueran más breves. De ese modo, además, potenciarían la emoción que aparece (recién) en los últimos minutos y que tiene que ver con una figura clave, la del conflicto principal: el padre de familia que alguna vez fue el modelo del joven, luego la vergüenza de todos, viviendo a su modo como un árbol silvestre, y al final sorprende. Un lindo final, emotivo, reconciliador, y medio amargo, a poco que se lo piense. Dos nombres a tener en cuenta: el actor Murat Cemcir, que hace de padre, y el director de fotografía Gokhan Tiryaki, maestro.