Kaí llega, flotando río abajo, hasta la finca tabacalera de unos colonos que hace tiempo se ven amenazados por “intrusos” que incendian rozados en la selva. No lo conocen, pero dan la impresión de haber estado esperándolo. Esa misma noche los intrusos atacan la finca. Matan al dueño, hieren a su empleado y secuestran a su única hija. Kaí sabe que no puede evitarlo.