El regreso del fantasma cansado
El aro: Capítulo final es, acaso, muy a pesar del director que ha llevado adelante la saga de películas originales, la segunda parte de la versión estadounidense y, claro, esta última entrega, una película casi olvidable, si no fuera por algunos de los planteos con los que invita a redescubrir (o entender, tal vez) la historia del personaje que desde la narrativa popular, luego desde la literatura hasta llegar a la pantalla grande, provocó sustos bastante importantes para generar miedo de interferencias en la televisión, las más odiadas luego de Poltergeist.
La cuestión es que la idea de darle un cierre a la historia, utilizando convenientemente cierto humor y personajes torpes, por un lado, y luego otros emocionales y sufridos, no supo dar las pisadas adecuadas en la búsqueda de la ecuación: Narración-terror-personajes que la fábula que aborda la película podría entregar. Falla, también, en la búsqueda al incorporar situaciones y personajes que pueden atraer a las nuevas generaciones, en una vuelta de tuerca detrás de otra, capas que definen a una cebolla con pocas posibilidades de consumo sin traer aparejada una ligera indigestión.
Creo que si, tal vez, el director hubiera generado menos presión sobre la forma narrativa y no provocara una especie de jenga desequilibrante de lo que buscaba contar, las opciones de la película hubieran podido ser diferentes, sobre todo en lo que tiene que ver con la definición y cierre de la historia de Sadako.
Si bien la fallida estructura de El aro no va a ser una huella destructiva ni en la historia del cine de terror japonés ni una mancha en el expediente de Hideo Nakata, es una pena que la propuesta no lograse llegar tan lejos como podía llegar a ofrecer, según lo esperado.
Para cerrar, puedo decir que El aro: Capítulo final es una entrega plena de buenas intenciones para darle un marco definitorio a una saga de terror que rindió sus frutos por un poco más de dos décadas pero a la que, es evidente, es necesario desconectarle el respirador. Como en muchas otras situaciones de la vida, las buenas intenciones no son suficientes.