Gracia, emoción y ternura en un filme encantador
Encantadora, graciosa, poética. Es un homenaje al poder de la imagen (no hay palabras). Y es una dulce fábula que empieza como una comedia costumbrista y va girando hacia el melodrama. También, un inspirado homenaje al cine mudo, a su formato y a su estética, pero un tributo que jamás orilla la parodia o la reverencia exagerada. Una celebración respetuosa, tierna y seductora.
Nos habla de un Georges un súper galán del cine mudo que ve temblar su fama cuando llega el sonoro. Y cuenta todo desde ese lugar, como si fuera otra película de aquella de finales de los años 20, cuando llegaron juntos la crisis y el cine sonoro. Mientras la carrera de Georges declina, al mismo tiempo asciende al estrellato una figura nueva, la dulce Peppy. El amor los ronda, pero el azar los va separando. Es una historia de amor a destiempo: cuando él está en la cima, ella arranca; cuando ella brilla, Georges se apaga. El vive como una tragedia ese derrumbe. Pero tiene orgullo y dignidad. Y ella es de las que sabe reconocer el amor genuino en ese mundo de ficción, de vanidades y de cartón pintado. También es un acercamiento al mundo de los actores, tan inestable siempre, y una reflexión sobre la amistad, el triunfo y la soledad. El director cuenta todo sin palabras. Con gestos, miradas, insinuaciones. El acercamiento, el flechazo (memorable cuando repiten la escena en el set porque se olvidan de sus papeles), la tristeza, todo está y nada se dice. Es un filme que se disfruta. Y no necesita palabras ni color ni efectos especiales para traernos otra vieja historia de amor. (***** EXCELENTE).