Precedida de innumerables premios, opiniones y críticas más que elogiosas, se estrena este film del realizador Michel Hazanavicius, con el plus de las 10 nominaciones a los premios Oscar de la Academia de Hollywood.
En un primer momento la sensación de decepción, o más precisamente de no haberme colmado las expectativas, estaba circulando por los antecedentes, la tesis a demostrar sería el poder dilucidar si tiene que ver con la mirada o la falla esta en el texto.
Este producción se encuadra rápidamente en ser un homenaje al cine en su período mudo, en aquellas primeras décadas, cuando todavía no se había incorporado el sonido, es decir antes de las películas habladas, considerando al “El cantor de Jazz” (1927) de Alan Crosland como la primera en ese sentido. Es el mismo año en que comienza la historia de George Valentín, un actor de cine en la cresta de la ola de la popularidad, todo un representante del Star system que todavía en el siglo XXI sigue funcionando. Todo está a su favor, hasta que irrumpe la palabra hablada y el sistema silente rápidamente pasa a ser un recuerdo, igual que él.
Esta producción, filmada en blanco y negro, desde los títulos apunta a homenajear a la etapa de la transición de un sistema al otro, operado a fines de la década del 20 y primeros años del 30.
George Valentín (Jean Dujardin) es uno de los muchos intérpretes que queda desplazado, comenzando el camino al olvidado. Es allí donde comienza su calvario, en contraposición a la ascendente carrera de su protegida Peppy Miller (Bérénice Bejo), quien sí logra adaptarse rápidamente a los cambios.
La historia no tiene nada de original, posiblemente la originalidad intente sostenerse en filmar tal y como se rodaba en aquellos tiempos, lo hace, y lo hace bien, pero el director juega con la estética y la técnica tratando que el espectador se proyecte sobre el texto, se identifique con algún personaje, se desplace en la época, acepte la propuesta y se deje llevar.
Pongan mucha atención al manejo del sonido en la escena del sueño revelador del personaje protagónico y, en menor medida, a la última escena trabajada desde la música, como claros ejemplos al respecto, aunque para ello deba forzar la verosimilitud de la trama en cuanto a la temporalidad de los hechos y citas.
Claro está que para que esto ocurra el autor debe manipular al público, y lo hace con herramientas leales, no cae en facilismos, ni en golpes bajos. La producción transita de la comedia al drama sin sobresaltos, y esto es gracias a un trabajo exhaustivo en el guión, pero también a las posibilidades que daban los textos intersticiales de aquel cine, acá utilizados no sólo como informativos, sino también, por momentos, muy específicos como corte, salto o elipsis, También empleados en función de signos dramáticos y/o humorísticos.
Lo que hace que todo se sostenga esta jugado en parte por el diseño de arte, más específicamente la fotografía, pero para que no caiga en una meseta de aburrimiento se lo debe agradecer a Jean Dujardin, quien brinda una clase magistral de actuación (con nominación al Oscar), por momentos parece estar imitando a Gene Kelly, en “Cantando bajo la lluvia” (1952), en otros a Douglas Fairbanks padre, pero nunca cruza la línea de la sobreactuación, tomando en cuenta que la exigencia estaba dada por la forma de actuar en aquellos tiempos. Tuvo la fortuna de estar muy bien acompañado por Bérénice Bejo (actriz nacida en la argentina) con un rostro, un peinado y un look muy de los años 20 muy locos. Secundados por grandes actores de habla inglesa como John Goodman, animando a un director de cine, James Cromwell, como el chofer fiel hasta las ultimas consecuencias, o la todavía bella Penélope Ann Miller, como su esposa.
La decepción puede entonces encuadrarse en las expectativas que generó desde sus primeras exhibiciones, pero no es sólo eso. Al finalizar la proyección, nos deja una fea sensación de vacío, de alarde del director, ya que donde asoma una posibilidad de ideología, de discurso, de explicar la razón de las distintas elecciones, se esfuman rápidamente, para termina siendo un entretenimiento vacuo, muy lejos de otras producciones que están presentes como grandes exponentes, por ejemplo “Sunset Boulevard” (1950), o “Nace una estrella” (1954), entre otras.