Quedan los artistas
Corre el año 1927. George Valentin (Jean Dujardin) es la máxima estrella de los estudios Kinograph y sus películas entretienen y conmueven al gran público. Es querido dentro y fuera de la pantalla. Una noche, luego de la presentación de su último gran éxito cinematográfico, se cruza accidentalmente en la puerta del teatro con una aspirante a actriz y admiradora suya, Peppy Miller (Bérénice Bejo) y ese encuentro los cambiará a ambos para siempre. Porque Peppy, que es joven y fresca y tiene hambre de gloria, debutará como extra justamente en una película de Valentin, preludio a su inexorable y rápido ascenso en los estudios que preside Al Zimmer (John Goodman).
Soplan vientos de cambio y a poco de terminada la producción de su último filme, Valentin recibe la noticia de que Kinograph no va a producir más cintas mudas; el cine sonoro se perfila como el gran hit y George siente que no hay lugar para él en ese nuevo mundo. Toda su existencia cambia en cuestión de meses, mientras Poppy se convierte en una de las primeras divas del nuevo cine y él cae poco a poco en el olvido.
Podría decirse que, si "La invención de Hugo Cabret" es un homenaje a los orígenes del cine, "El artista" es un retorno clásico y casi literal al mejor cine de la primera época de oro de Hollywood. En un recorrido de poco más de un lustro, Michel Hazanavicius abarca las luces y sombras de un pionero y ficticio ídolo del cine -inspirado claramente en Douglas Fairbanks-, inserto justo en la bisagra entre el mudo y el sonoro, la Hollywoodland de los primeros grandes estudios justo en los instantes previos a la Gran Depresión. Y en su recorrido expresivo -nunca mejor dicho- se apropia de todos los recursos a su alcance: humor, drama, suspenso, acompañado y discretamente acentuado por la impecable banda sonora a cargo de Ludovic Bource.
La dupla protagónica tienen un doble desafío actoral. Interpretar sus personajes y los que representan en las películas dentro de la película. Estos últimos generosos en ademanes y gesticulaciones tan propias del cine mudo; en tanto sus roles principales están llenos de matices y gestos muy alejados de la pantomima farsesca. Es la revalorización de la actuación en tiempos donde el marketing pone a cualquier pedazo de tronco frente a una cámara para ser salvado por parlamentos que explican todo. La ductilidad de la pareja protagónica, y en especial de Dujardin quien se consagra con su labor, nos permite reencontrarnos con la emoción generada desde la pantalla. El mérito no es solo de ellos. Por supuesto que el excelente trabajo de fotografía y el expresionismo mejor entendido del que ha hecho uso el director acaban configurando un hecho artístico con precedentes, pero lejanos.
El declive de una forma de hacer cine y el surgimiento de la nueva ola son retratados en este filme de sobria belleza, con planos que homenajean a las mejores producciones del primer Hollywood. Lubitsch, Clair, Vidor y hasta Welles se dejan ver en más de un fotograma de este homenaje a quienes sentaron las bases para el mejor cine. Seguramente hay cuestiones que harán de esta propuesta algo inusual, y quizás no apto para todos los públicos. Sin embargo, cada objeción al producto puede ser rebatida con suficiencia.
Es cierto que el gran público, el masivo, está habituado a las más modernas derivaciones del séptimo arte. No sólo en lo que hace a la espectacularidad de una historia o la agilidad de los guiones de abundante diálogo, sino también a lo último en tecnología (CGI, 3D), todo lo que ha contribuido a una resignificación del relato cinematográfico. Pero aquí, frente a la pantalla, se comprueba la verdad universal del cine: si hay una buena historia y alguien hábil para contarla, el "cómo" resulta anecdótico. En blanco y negro, muda, sin sonido ambiente, "El artista" es una de esas historias destinadas a permanecer en el corazón de los espectadores.