Habla, mudito
Homenaje al cine de Hollywood, con una historia de amor tragicómica.
Ya en la proyección para la prensa, en Cannes, un domingo a la mañana, llamó la atención la sala Lumière colmada. ¿Pero si los cronistas franceses suelen ver antes que nadie las películas de su país, por qué tanta conmoción? El artista llegó en puntitas de pie, y se fue ganando críticos y público, y cuando los Weistein le echaron el ojo para su distribución en los Estados Unidos, el moño del paquete se terminó de anudar. Y hoy El artista no sólo es la película que hay que ver, sino la muy probable ganadora del Oscar.
Pero ¿qué tiene esta película en blanco y negro, muda pero sonora, para generar tamaña expectativa? Una excelente campaña de marketing, eso es seguro, y también cierto homenaje al Hollywood de antaño en particular y al cine en general.
No a la manera de La invención de Hugo Cabret : allí donde Scorsese hace lagrimear en buena ley, apelando al sentimiento, Michel Hazanavicius prefiere el tic, el gag, guiño cuando no la parodia.
Y no está nada mal: ¿o acaso hoy no sorprende, viendo los resultados, que una estrella como el protagonista del filme se haya negado a trabajar en las películas “habladas”, porque “Yo soy al que vienen a ver; nunca necesitaron escucharme”? George Valentine (un Jean Dujardin con el carisma que tenía un Douglas Fairbanks, bigotito precoz, sonrisa compradora, un prodigio de la gesticulación, un Oscar posible) triunfaba sin problemas en el Hollywood de los años ‘20, hasta que la Gran Depresión asomó, y el nacimiento del cine sonoro le restó aquel público que le era fiel.
La fidelidad es uno de los temas de El artista . Peppy Miller (la argentina Bérénice Bejo, también brillante) era nadie hasta que se topó con George. Y de la nada empezó a escalar en los créditos de las películas, hasta ser toda una estrella. George le dijo qué tenía que hacer para ser una actriz, y no ser nadie. Uno baja, la otra sube. Es la historia tragicómica de un amor.
El artista es también otra historia, la de un amor no consumado; la de un matrimonio que no funciona; la de la relación de George con su mucamo y chofer -símbolo de lealtad y confianza-; y la de la tozudez de un hombre, que Hazanavicius remarca con trazos más gruesos que los que pintaría una brocha.
El director es hábil, tiene lo necesario para activar los mecanismos de sentimiento en cualquier corazón cinéfilo y lo explota bien. Si algo le falta a la historia es, precisamente, historia. Como gag, como chiste, El artista funciona a las mil maravillas. Uno lo ve, se divierte, pasa un rato entretenido y ya está.
Hay gags muy pero muy efectivos (George se sorprende al comenzar a escuchar sonidos en su vida real en cuanto le dicen que el cine silente está por morir), y una veneración por el género a la que es fácil adherir.
De ahí el éxito sorpresivo del filme francés que homenajea a Hollywood, quien probablemente termine homenajeando al cine francés. Todo queda en casa.