La hora de los héroes
El probado talento de Roland Emmerich (El día de la independencia, El día después de mañana, 2012) para imaginar catástrofes de gran escala vuelve a manifestarse en toda su dimensión en El ataque. Esta vez no se trata de una invasión extraterrestre, ni de una glaciación, ni de una inundación planetaria, sino de un ataque a la Casa Blanca, la residencia del presidente de los Estados Unidos. Pero el principio es el mismo: cuando las cosas van realmente mal, suena la hora de los héroes.
Emmerich sabe hacer muy bien lo que quiere hacer. Lo que podría objetársele, siguiendo con el juego de palabras, es si lo que quiere hacer está bien. La exaltación del heroismo en la figura del presidente del país más poderoso del mundo resulta difícil de tolerar, incluso como ficción absoluta, cuando el mandatario real sobre el que se basa ese personaje está a punto de dar la orden de invadir Siria. No deja de ser por lo menos paradójico, para no decir cínico, que se le atribuya a ese presidente ficticio interpretado por Jamie Foxx la voluntad de retirar todos los ejércitos estadounidenses de Medio Oriente.
Por fortuna ideológica y narrativa, en la era de Barack Obama Hollywood ha abandonado parcialmente la paranoia del ataque exterior árabe, sostenido sobre el modelo del atentado contra las Torres Gemelas, y prefiere abonar otra paranoia: la conspiración interna. La industria del armamento y los nacionalistas blancos son los enemigos tradicionales en este caso, siempre aliados con algún ruso cruel y ambicioso, como si en esa figura anacrónica del mal se concentrara la nostalgia por aquellas guerras justas contra el fantasma del comunismo.
Pero por más invasiva que sea la actualidad política internacional, Emmerich conoce todos los artilugios para mantenerla fuera de la sala. Ofrece un espectáculo total (casi en el sentido de totalitario), no compuesto por un solo plato, sino por un variado menú de situaciones y emociones que van desde la relación de un padre con su hija preadolescente hasta una persecución en los jardines de la Casa Blanca. Y aun cuando inevitablemente el desarrollo de la historia siga siempre la línea de máxima exageración, la habilidad del director para combinar los distintos componentes dramáticos le confieren a El ataque la cualidad de una sinfonía hecha con explosiones y sentimientos básicos.
Curiosamente, ni el versátil Jamie Foxx ni el unidimensional Channing Tatum convencen en sus roles protágonicos, pero esa falla de casting –no tan grave en una película de acción– es compensada por las buenas actuaciones de Maggie Gyllenhaal, Joey King y James Woods y Richard Jenkins, quienes le imponen una dimensión humana a esta versión espectacular del apocalipsis de la democracia norteamericana propuesta por Emmerich.