Amigos a los tiros en la Casa Blanca
Puede parecer una copia descarada de Ataque a la Casa Blanca, pero Emmerich tiene mejor muñeca para el gran espectáculo que Antoine Fuqua. Así, el ataque terrorista al núcleo del poder geopolítico mundial es un viaje a una acción felizmente caricaturesca.
Es casi imposible saber, al menos desde estas inhóspitas tierras, quién le robó a quién. Lo único claro es que El ataque es prácticamente igual a Ataque a la Casa Blanca. La inocultable presencia de un papel carbónico se marca en ambos delineamientos generales (hombre musculoso dispuesto a salvaguardar la integridad de Estados Unidos), pero también en las iconografías elegidas para las campañas de prensa y las traducciones locales. El estreno de la primera cuatro meses después de la segunda invitaba a pensar en un mediocre combo de grandilocuencia visual y manifiesto político similar al de su predecesora. Pero El ataque no está dirigida por el irregular Antoine Fuqua, sino por el alemán Roland Emmerich, un tipo con probados pergaminos en timonear armatostes ruidosos (Día de la independencia, El día después de mañana, la bombástica 2012) sin tomárselos en serio, y siempre con la acumulación desaforada de sinsentidos como principal característica. En esa línea, El ataque es un Emmerich clásico: una película tan absurda e inverosímil como gozosamente disparatada (¡el presidente de Estados Unidos a los tiros por la Casa Blanca!), hecha con partes iguales de oficio, elementalidad, humor, eficacia y desmesura.
Plenamente consciente de sus limitaciones e intereses, el guión de James Vanderbilt (Zodíaco, El sorprendente Hombre Araña) casi que ni se gasta en presentar a los protagonistas. Lo hace de forma simple y directa, definiéndolos con sus acciones en la cotidianidad matutina. Allí está el Ejecutivo norteamericano (Jamie Foxx) volviendo de hacer las tablas con todo Medio Oriente, para disgusto generalizado de los popes de la industria armamentística. También Cale (Channing Tatum), veterano de Afganistán y obcecado patova del vocero (Richard Jenkins), y el jefe de la seguridad presidencial (James Woods). Todos ellos confluirán en la majestuosa Casa Blanca, cuyo interior Emmerich no se priva de retratar, ya que casualmente ese día Cale llevó a su hija fanática del presidente (?) para una visita guiada. Por allí también andan unos técnicos que, oh sorpresa, son terroristas provenientes en su mayoría de la ultraderecha autóctona dispuestos a tomar el lugar con el inédito objetivo de bombardear medio mundo. Esto dicho en el sentido más literal del término, sobre todo con un director habitualmente fascinado con la destrucción masiva como el alemán detrás. Concretado el golpe, Cale buscará a su hija, pero su patriotismo tirará más que la sangre cuando se cruce con el desamparado presidente y juntos traten de salvarse. A ellos y al mundo, claro.
La diferencia fundamental con el film de Fuqua radica en los fines detrás de la narración. Si el derrotero de la fuga en Ataque a la Casa blanca era el disparador para una bajada de línea que llegaba con un recurso facilista como un monólogo final, en El ataque sintomatiza la apuesta por una torsión de lo real rayana a lo caricaturesco que desplaza la interpretación política a un lejanísimo segundo lugar: los terroristas son nerds con aires de revanchismo, cómicos frustrados o paramilitares con pocas luces; los políticos son devotos y serviciales pero poco dotados para la praxis cotidiana, y el presidente emana bonhomía, cordialidad y heroísmo, llegando al extremo de tirar un bazucazo por la ventana de su limousine durante una persecución en pleno jardín del palacio. Esa escena, junto con las de los distintos intentos de escape, rompe con cualquier atisbo de verismo, mostrando que Emmerich se preocupó menos por ser pro o antiyanqui que por filmar una buena buddy movie. Buddy movie que podría ser la involuntaria secuela de Arma mortal. Eso sí, más hipertrofiada y en pleno núcleo del poder geopolítico mundial.