La historia está situada en La Ciotat, un pueblo cerca de Marsella que solía atraer mucho turismo por su puerto. Debido a su cierre hace 25 años, dicha afluencia decayó. A partir de esta situación, un grupo de alumnos de un taller literario y su facilitadora, Olivia Dejazet (Marina Fois), se reúnen varios días a la semana para debatir y componer una novela de suspenso. Pero, como la escritura nunca está exenta de cotidianidad, el guión también sigue a Antoine (Matthieu Lucci), uno de los alumnos, para cuestionar los alcances de tal actividad.
El atelier, que formará parte del Festival de Cine Francés, atiende a preguntas sobre la utilidad de un taller de escritura frente a los conflictos culturales y políticos de sus alumnos. Sin buscar respuestas fáciles, se deja tentar por la composición de una novela de suspenso a varias manos. El desarrollo de esta actividad es la excusa para ahondar en las interacciones entre los participantes, sobre todo entre la facilitadora y Antoine, el alumno más rebelde del grupo y, en contraste, el más comprometido.
El ambiente de los talleres literarios puede ser un cúmulo de creatividad que, bien orquestado, concluye en una creación que traduce en palabras y pone en perspectiva una o varias realidades. No obstante también puede conformar un ambiente muy aislado de la vida cotidiana de sus participantes. Laurent pareciera saber esto y por ello hurga en el resto de la rutina de Antoine: nadar en el mar, reunirse con sus amigos, visitar a su primo, encerrarse en su habitación a escuchar música y jugar videojuegos. Cantet juguetea incluso con la posibilidad de que la misma rutina del dúo se convierta en un film de suspenso debido al sospechoso retraimiento de Antoine y la curiosidad de Olivia. Pero no cae en la tentación de un final sorpresivo con muertes y sangre.
En cambio, Cantet opta por un enfrentamiento con la propia esterilidad que puede asomar en un taller literario. No cae en giros que distraigan de lo verdaderamente importante. ¿Qué pasa si Olivia es exitosa en su taller, como confiesa desearlo en un principio? ¿Qué privilegio implica ser capaz de escribir bien una novela de suspenso y llevar a cabo un taller de escritura? Estos son interrogantes que se entrevén en la lectura que hace Antoine al final, frente a sus compañeros de taller y a la facilitadora. La suya es una reflexión sobre ese privilegio efímero que puede sentir la persona que escribe bien y que, al mismo tiempo, debe ser capaz de cuestionar tal sensación por encima de otras actividades que puede desempeñar.
Visto así, el film fascina de la manera más humilde con un cierre sencillo sobre las capacidades que dejamos dormir para llevar una vida común y mucho más auténtica que los enredos intelectuales donde se entrampan los escritores. Sin convertirse en una crítica al oficio, El atelier es el retrato de una sociedad reunida en este pequeño taller, complicada por migraciones ancestrales y contemporáneas que han llevado a Francia a conflictos sociales frecuentemente evocados a lo largo del metraje. Y el objetivo de la película no es tomar posición, sino exponer discusiones breves para brindarle perspectiva a este pequeño pueblo. Dicha perspectiva aborda la vida a través de la literatura, subterfugio en el que unos se escoden y otros se enfrentan a sí mismos; esta vida de los mismos caminos recorridos a diario una y otra vez, del mismo puerto expuesto como estandarte abandonado del pueblo; vidas sin grandes pretensiones y extensos recuerdos de una historia conflictiva.
Al final, es esta vuelta a la anonimia por la que Antoine opta lo que le brinda una fuerza quieta al film. Como sugiriendo que la vida escrita puede salvar, pero únicamente a través del engaño. En tal sentido, el trabajo mancomunado del elenco brinda confianza en los personajes sin grandes alardes actorales. Hay enfrentamientos y reflexiones al borde de los días, solo que el silencio los fijará en un conflicto sin solución, excepto que se elija un regreso a los quehaceres cotidianos.