El primer largometraje del premiado cortometrajista argentino mantiene el estilo de fillmes previos suyos como “Pude ver un puma” y “El ruido de las estrellas me aturde” para narrar tres historias que transcurren en Argentina, Mozambique y Filipinas.
Habiendo visto todos los cortometrajes de “Teddy” Williams siempre me pregunté cómo sería su paso al largometraje. Es que sus cortos son tan específicos en el minuto a minuto de una experiencia compartida entre grupos de amigos, casi sectas con códigos secretos indescifrables para los de afuera, que veía difícil como ese fluir casi no narrativo de sus cortos podía trasladarse a un largo. Y más a uno de 97 minutos, al que resulta muy difícil traducir y adaptar bajo ese concepto difuso del “corto estirado”.
Williams encontró una excelente solución. Sin que quede del todo claro ni anunciado en su presentación, EL AUGE DEL HUMANO es en realidad una combinación de tres cortos que dan pie a una sola película, tres “historias”, sugerentemente conectadas entre sí, que tienen lugar en distintos países y que le permiten al realizador no alterar demasiado sus características y estilo. El primero transcurre en Buenos Aires. Allí su cámara acrobática y de largos planos secuencia sigue a Exe y su grupo de amigos que, en medio de lo que parece ser una Buenos Aires inundada, intentan hacer dinero mostrándose semidesnudos y en situaciones sexuales en algunos sitios de internet en el que cierta gente aporta dinero para verlos.
Es ese pozo ciego de la red (el famoso “mundo interconectado”) el que nos lleva a la segunda parte del filme, en Mozambique, donde a partir de una escena de cibersexo similar conocemos a unos personajes hartos de su vida allí y que planean abandonar la ciudad. La conexión con la tercera parte es más curiosa, terrenal e incluye una larga escena con hormigas para derivar en Filipinas, en donde observamos también a un grupo de jóvenes bañándose en un lago y manteniendo casuales conversaciones.
Las conexiones temáticas entre los episodios (se podrían sumar sus anteriores cortos acá y poco cambiaría) son claras: sus películas son retratos de una generación desencantada con sus respectivas situaciones personales y económicas, que encuentran en sus amigos, en la web y en el devenir casi letárgico de los días algún tipo de resguardo del mundo que los rodea y que casi no vemos. Cada episodio está filmado en distintos formatos, yendo de los 16mm al video digital, pero las diferencias tecnológicas no representan demasiado en la vida de estos chicos en lugares aparentemente tan poco relacionados entre sí como Argentina, Mozambique y Filipinas. Lo que las películas de Williams describen (más que narran) es la universalidad de esas sensaciones, un inmersión sensorial y vivencial a los mundos menos exploradas de la globalización…