Es difícil hablar mal de El Avispón Verde. No es que la película sea ni remotamente buena, pero la última de Gondry transpira bondad, amor, cariño. Por eso, aunque me enoje bastante esa predisposición del cine estadounidense a reírse de todo y a derribar cuanto mito le sea posible, la verdad es que El Avispón Verde es, a fin de cuentas, una comedia sobre dos amigos muy distintos el uno del otro que salen a la calle a jugar con disfraces. ¿Cómo, eso ya no lo había hecho Kick Ass? Sí y no, porque allí el justiciero Dave estaba prácticamente solo, y porque Kick Ass era, en el fondo, una tragedia. Entonces, El Avispón Verde es la primera película de superhéroes que se ríe del género pero que lo hace sin cinismo; algo raro, si lo pensamos, porque las parodias actuales tienden a la burla despiadada más que a la risa amable. Sin embargo, superado con elegancia ese intríngulis, la película de Gondry tiene unos cuantos problemas: el otrora gran Seth Rogen acapara todo el maldito guión hasta que aburre y molesta (el tipo es coguionista y coproductor); las escenas de acción son largas y pirotécnicas y terminan cansando, lo dejan a uno exhausto con tanta cámara que se mueve, tanto ralenti y tanta visión súperhumana-poderosa-luchadora-atemporal-grossa de Kato (el chino parece que ve la vida como si estuviera adentro de un videojuego; igual no digo que eso esté mal eh, solamente que Gondry abusa mucho del recurso). Christoph Waltz se mandó a hacer un villano a medida como si se tratara de un traje y se nota que el papel de Chudnofsky le calza de maravilla, pero, al igual que lo que pasa con el Britt de Rogen, en las escenas con Chudnofsky pareciera que Waltz está haciendo su propia película, sin que su personaje dialogue con el resto del film (cuando se cruza con el Avispón el choque tan esperado es apenas un gag predecible y que no funciona, la prueba definitiva de que Rogen y Waltz estuvieron demasiado ocupados durante toda la película en demostrar sus dotes personales para la comedia y no miraron mucho qué pasaba alrededor suyo). Cameron Diaz viene a ser una suerte de especialista en periodismo que le enseña a Britt los ribetes de la profesión, pero la verdad es que su personaje no sale del estereotipo de la rubia tarada que está fuerte y que ¡oh, sorpresa! puede hilar dos o tres frases de corrido sobre política, aunque a veces diga alguna que otra barrabasada indignante como cuando le explica a Britt que le conviene ir a cenar con el presuntamente corrupto Scanlon y llevar un micrófono oculto porque “eso es periodismo”.
Cada vez que la pienso de nuevo, El Avispón Verde me resulta torpe, pavota, falta de ideas y, sobre todo, muy aburrida. Pero incluso con todo eso en mente, creo que el cariño que muestra Gondry para con sus personajes es lo que la salva del oprobio absoluto. El amor (de Gondry, en este caso) es más fuerte y, más allá de todo lo fea que me pueda parecer la película, elijo quedarme con el comienzo de la relación de Britt y Kato, cuando los dos hablan mal del recientemente fallecido James Reid (padre de uno, jefe del otro) y se revelan como cómplices en sus reproches, con los momentos en que Kato le ofrece sus inventos a Britt como si fueran chiches con los que se puede salir a jugar a la vereda, o con la escena en que se muestra el café made in Kato que toma Britt a la mañana: un café con crema que tiene el dibujo de una flor (o una planta, no importa, lo que cuenta es que ¡el chino dibuja con la leche en el café!) que se hace con una máquina complicada y gigante construida especialmente para ese propósito. Un café que parece riquísimo, seguramente el mejor café con leche de la historia del cine.