Carlos (al que muchos -para su disgusto- llaman Murciélago) es un hombre de casi 40 años con look de motoquero y/o cantante de heavy metal (una constante en el cine de Campusano). Pero el protagonista de El azote se dedica en verdad a trabajar como asistente social en un centro de menores en las afueras de Bariloche. Cada día intenta como puede salvar de la violencia institucional (la policía es de temer) y de la de los pares a muchos chicos y muchachos que consumen de todo y suelen arreglar cuentas pendientes a trompadas o con cuchillos.
La vida íntima de Carlos, un tipo impulsivo y de poca paciencia, está también en la cuerda floja: su esposa Analía lo abandona, sus amantes ocasionales lo humillan y debe ocuparse de su madre postrada. En el universo de este nuevo film de Campusano aparecen varios personajes secundarios como Alicia, una joven de formación religiosa y un pasado con intentos de suicidio que se ofrece como voluntaria en el centro; Javier, un muchacho golpeado en todos los sentidos imaginables y que encima ha tenido un hijo con una joven del lugar; y Luis, un niño al que nadie quiere aceptar por sus antecedentes violentos.
Lejos del glamour turístico de la ciudad, Campusano construye un mundo dominado por la miseria, el consumo de drogas y alcohol, prostitución y abuso infantil, bandas bastante pesadas, policías violentos, familias disfuncionales, una fuerte impronta machista y funcionarios y profesionales que no se toman demasiado en serio su trabajo por lo que la reinserción de delincuentes o el progreso de jóvenes hoy marginados parece una utopía.
Lo más interesante del film tiene que ver con la disociación entre la encomiable tarea cotidiana de Carlos y su caótica vida familiar a partir de la dificultad de asumir responsabilidades y compromisos. El problema principal de El azote pasa, otra vez, por varias actuaciones poco convincentes y la sensación de que muchos intérpretes recitan los diálogos sin creerse demasiado lo que están diciendo. Eso le quita algo de credibilidad y fluidez al relato que, de todas maneras, mantiene en algunos tramos esa intensidad tan característica del cine de Campusano.