En el medio del conflicto
La nueva película de José Celestino Campusano transcurre en la Patagonia Argentina, al igual que su anterior El Sacrificio de Nehuen Puyelli (2016). Esta vez, el escenario es un barrio marginal ubicado en las afueras de la ciudad turística de San Carlos de Bariloche.
La historia gira en torno al colegio de reinserción social en el que trabaja Carlos (Kiran Sharbis), el asistente social protagonista de la película. Su situación económica es tan precaria como la de los jóvenes que intenta encauzar -viven en el mismo barrio y comparte las mismas carencias-. mientras cuida de su madre enferma. Su vida personal, amorosa y social está en constante crisis producto de la intensidad de su labor y, aunque es respetado en el barrio por los jóvenes que contiene y por sus compañeros, es poco lo que puede hacer para mejorar la vida de los chicos.
Es interesante ver como la obra de Campusano modifica el punto de vista con esta película. El azote (2017) no se narra ni desde el lugar de víctima ni del victimario, sino desde quien media la injusticia social: Carlos está del lado de los jóvenes víctimas del sistema y por eso enfrenta a la policía, a compañeros de trabajo corruptos o a familiares que no terminan de comprender su rol social. Pero a la vez, es un funcionario del estado, hecho que lo pone en el mismo papel frente a la ley que el de un uniformado. Como agente intenta ayudar y se topa con las millones de trabas del sistema. Como ciudadano sufre ante las injusticias que sufren los más desvalidos, quedando en una especie de medio entre el deber y el poder.
El cine de Campusano se caracteriza por poner la cámara allí donde nadie se atreve y lograr visualizar una problemática que nadie quiere ver (de hecho el barrio marginal elegido rara vez fue mostrado en pantalla grande). Pero al retratar el punto de vista de un asistente social con principios e ideales, vemos también la complejidad del problema visto desde adentro con sus múltiples aristas. El resultado termina siendo desolador.
El azote evita algunos vicios de otras películas del realizador de Fantasmas de la ruta (2013). Nunca estuvo en duda la contundencia del mensaje de denuncia del cineasta, directo y frontal, aunque muchas veces peca de ser demasiado excesivo en la forma de plantearlo. Aquí las situaciones están gratamente contenidas, con conflictos resueltos de manera sutil (las visiones de la madre, la ruptura con su mujer), y el uso de algunas metáforas no tan evidentes (la impotencia pensada en diferentes sentidos). Recursos que potencian el relato y lo ubican en un lugar destacado con respecto al resto de su filmografía.