El ultra independiente Campusano vuelve con su realismo indómito en una película que tiene su ADN. El escenario, un centro de menores problemáticos en Bariloche, o mejor dicho en las afueras de la ciudad turística, donde nada remite ni por asomo a las postales de vacaciones. Un contexto miserable en el que un asistente social, metalero de pelo largo, al que llaman Murciélago, intenta contener como puede a los chicos marginados.
La apuesta es fuerte, sin medias tintas, aunque cuesta entrar en ella con los actores no profesionales recitando sus líneas de diálogo con mayor o menor nivel de apatía. Una lástima, porque como en buena parte de su cine, el prolífico Campusano encuentra buenas historias y muy buenos personajes de la vida real, de esos que no encajan en la comodidad mainstream tranquilizadora de conciencias. Su Murciélago, por ejemplo, se resiste a cualquier santificación. Este es un héroe del trabajo social con una vida bastante pecadora y desordenada, por momentos cercana al patetismo, que sin embargo le pone el pecho al no futuro diseñado por la violencia, la pobreza y las drogas, ese azote.