No importa el tema del que hable. El “estilo Campusano” ya se encuentra establecido en el mundo del cine argentino. En el caso de El azote, su más reciente producción, el trasfondo se centra en el abuso de poder dentro de un instituto de chicos conflictivos en el Sur argentino, más exactamente en San Carlos de Bariloche. Allí trabaja Carlos, un asistente social a quien ellos respetan y se confiesan. Él no los trata como si fuera una especie de señorita maestra, sino que les dice las cosas como son, les habla de modo simple y llano apostando a priorizar la sinceridad. Entonces les explica que sí, se pueden escapar si quieren ya que las puertas están abiertas, pero no van a llegar muy lejos y seguramente mueran de frío en el intento. Los ojos de los pibes miran atentos a lo que dice a la vez que buscan un gesto de indiferencia, la indiferencia como escudo de una sociedad que de manera constante les demuestra su rechazo y segregación.