Basada en una novela de Antonio Skármeta, dirigida por el prestigioso Fernando Trueba, elegida para representar a España en los Oscar de este año y protagonizada por un calificado elenco internacional, El baile de la victoria no justifica tanto nombre ni representatividad, más allá de la buena historia que tenía para contar. La sustanciosa trama ideada por el escritor de El cartero se ubica en la etapa de la vuelta a la democracia en Chile, momento en que se decreta una amnistía general que beneficia a un joven ladrón abusado en la cárcel y un publicitado especialista en cajas fuertes, quienes se unirán para dar un gran golpe, sazonado por un fuerte símbolo antidictatorial. Ese estudiado atraco tendrá marchas y contramarchas, fundamentalmente ocasionados por una bella chica que condicionará los destinos de ambos.
Ubicada en su totalidad en un contexto chileno, incluye algo forzadamente a intérpretes argentinos y de otras nacionalidades, cosa que suele suceder a veces en este tipo de coproducciones. Quizás el único actor que no “molesta” sea Abel Ayala, de interesantes trabajos en El polaquito y El niño de barro, que aquí ofrece una composición que se mimetiza con el entorno, a lo que suma dosis de expresividad suficientes como para despertar emoción. No se puede decir lo mismo de Ricardo Darín –que aporta su oficio- y otros intérpretes que no logran consustanciarse con la propuesta por problemas de diálogos y realización. El director de Belle Epoque y El año de las luces no logra amalgamar adecuadamente todas las líneas narrativas y evocaciones al pasado reciente que proponía el material, e incluso cae en situaciones caricaturescas. La extensión del film, otro factor en contra, quizás disimule un poco sus falencias de estructura, en la que un extraño plano final, abierto y alegórico, permite referirse a otra figura destacada del elenco, la actriz y bailarina Miranda Bodenhöfer. Sus escenas de baile y otras que buscan el lirismo y el costado artístico de la trama se pueden rescatar.