Fórmulas, clishés y gran personalismo
Con un Ricardo Darín omnipresente, el film oscila entre lo soporífero y otros momentos de pretendido humor, que caen en el ridículo. Las situaciones son previsibles pero también confusas por el enmarañado conjunto de tonos y subrayados.
Nominada para los premios Goya y para el Oscar 2010, en el rubro "mejor película extranjera", El baile de la victoria del alguna vez destacado Fernando Trueba es uno de los tantos exponentes de hoy que responde a una repetida fórmula y que tanto agradan a los miembros de la Academia. Situación similar, desde mi punto de vista, es la que encontramos en la multipremiada El secreto de sus ojos de Juan José Campanella, ya reseñada, comentada y con marcada indignación en ediciones anteriores. En tal caso, si un film fue deliberadamente ignorado en aquella noche en la que se fijan los nuevos parámetros y stándares de la industria, este es La cinta blanca, de Michael Haneke.
Alguna vez Fernando Trueba, quien se dice gran admirador de aquel glorioso realizador llamado Billy Wilder, logró sorprendernos: El año de las luces, Opera prima, Belle epoque, son algunos de los títulos que evidenciaban una fuerte marca personal, que apuntaba a transitar por nuevas propuestas, que se alejaban de repetidas fórmulas. Pero hoy, valiéndose de un premio Planeta de novela, la agotadora presencia de un actor llamado Ricardo Darín, que es siempre el esperado invitado en los medios televisivos, a través de cortos publicitarios hoy en tono revival, en entrevistas, y en teatro, y en cine, casi sin respiro, sin que medien algunos minutos de reflexión. Actor fetiche de nuestro tiempo, del lado de los villanos en Nueve reinas y de los cómplices de un acto de secuestro y tortura en El secreto..., Darín promociona, ahora, El baile de la victoria desde una imagen que no tiene nada que envidiarle a las fotos publicitarias. En este caso, parece promocionarse no sólo él sino, además, una marca de cigarrillo, destacándose y cerca de un escenario montañoso, sobre la silueta de un joven a caballo y muy cerca de una bailarina, vestida de rojo, que alza sus brazos, danzando en puntas de pie.
Debo dejar sentado que no pude reconocer, ni por un instante, las huellas de un hombre del cine llamado Fernando Trueba. Deliberadamente excedida en su metraje, con reiteraciones que fomentan una aburrida dispersión, El baile de la victoria reúne aspectos de una historia de amor, enmarcado en el policial y en el western, con trasfondo de cine crítico y aditamentos de un "cine políticamente correcto", ya que se hace mención, a partir de obviedades y simplificaciones, a los años de de la nefasta y humillante dictadura de Pinochet; tema que, por otra parte, y más aún transcurriendo en Chile, debería haber sido considerado a la luz de algunas reflexiones.
El film pretende ser un drama y las contadas notas que se insinúan dentro de este campo inmediatamente se desvanecen. Como ocurre, (así lo señalaban los comentarios mayoritarios) con la atención de nosotros, los espectadores. Todo suena y se parece a una larga y monótona recitación, de poses de parte de la omnipresencia de Darín, de los parlamentos forzados y de la pretenciosidad que surge de sus ligeras y por momentos torpes apreciaciones socio políticas. Claro está, el film parte de un best seller y lo deja allí, donde hay una garantía de taquilla, a través de ciertos nombres y de un autor, ya elogiado y aplaudido por su novela Ardiente paciencia, con su film homónimo y por su posterior remake El cartero Il postino de Michel Radford.
Cuando algunas situaciones parecen convocar el humor, el relato cae en el ridículo, lo cual se agrava en las inmediatas explicaciones. Y en los momentos en los cuales se juega lo que podríamos reconocer como lo trágico las situaciones llevan a lo risible. En este ejercicio de narcisismo actoral, cabe señalar que el rol de crítico de ballet más importante y reconocido de Santiago de Chile, Don Esteban Coppeta (afinidad con la composición para ballet, Coppelia de Arthur Saint Léon y Charles Nuitter está interpretado por el mismo Skármeta, el que será empujado a presenciar la gran prueba escenográfica de Victoria; heroína que está marcada en el film como esa figura que intenta reabrir las páginas de una tragedia histórica y de un drama familiar; privada ahora de su propia voz, pero que lo tendrá en el momento cúlmine de el film, en pleno cruce de los Andes, frente a un cielo que se abre ante los montes nevados, y el vuelo del cóndor.
El baile de la victoria finalmente llega a ser, desde este personal punto de vista, una sucesión y suma de los mismos clichés, de situaciones previsibles pero también confusas por el enmarañado conjunto de tonos y subrayados que ahogan todo intento de dejar volando a la misma metáfora. No hay un solo renglón en el film que esté en blanco, todo debe ser dicho, afirmado y negado, ampliado, explicado, explicado.
Lo que pudo ser metáfora y símbolo, como lo era la figura del caballo blanco cabalgando velozmente por las calles de Santiago, en el necesario film de Costa Gavras, Missing Desaparecido aquí no alcanza ni remotamente a dejarnos hacer escuchar los ecos de aquella imagen. Por momentos algunas imágenes en su obvia y explicada aparición me llevaron a pensar en algunos edulcorados y endebles momentos de films de Eliseo Subiela y por otra, cuando intenta despuntar cierto compromiso ante la Historia, asoma un planteo en un tono simplista y cerrado, que no interroga.
Frente a este film siento particular enojo, ni si quiera puedo dejar circular una nota de humor. Por el contrario, tal vez la indignación se acrecienta más aún cuando la representación de ciertos momentos históricos se anuncian de manera grandilocuente y se reducen a un "dicho sea de paso", "por si acaso". Basta para ello traer a la memoria el plano en el que, en un intento de síntesis, en una oficina principal reconocemos el retrato del genocida Pinochet y detrás del mismo una caja fuerte, que guarda un dinero malhabido, ahora motivo de un blanco de una gran operación. Más aún, si en la escena siguiente, nuestros personajes, el recién liberado y el joven que también pasó un tiempo en prisión, juegan a ser los nuevos Robin Hood, exaltando en el film el personalismo del propio Darín y de su discípulo y acompañante. Y vuelvo al afiche: Darín sigue mirando. Es como si me invitara, a mí, un no fumador, a compartir una pitada.