Un paso en falso
Fernando Trueba ha construido una interesante carrera dentro del cine español de los últimos tiempos. Allí están La niña de mis ojos, El milagro de Candeal y hasta el Oscar de Belle Epoque para demostrarlo. Con El baile de la victoria las cosas se complican seriamente. Basada en la novela homónima del chileno Antonio Skármeta (el mismo autor de El cartero), la película hace agua por varios flancos.
Bajo el amparo de una ley de amnistía para presos que no han cometido delitos de sangre dictada en el Chile post-dictadura, Nicolás Vergara Grey (Darín), un popular y mítico ladrón de cajas fuertes, y Angel Santiago (Ayala), un joven ratero de poca monta, salen de la cárcel y cruzan sus destinos. Uno queriendo recuperar a su esposa y su hijo, el otro procurando llevar a cabo un plan que los resarcirá económicamente. Pero las cosas se complican y la irrupción de Victoria, -una joven bailarina que ha perdido el habla luego de la desaparición de sus padres en plena dictadura pinochetista y vaga nocturnamente por la ciudad y, especialmente, en los cines XXX-, conseguirá que las vidas tomen nuevos rumbos.
Si bien la trama no resulta muy original, es el desarrollo errático del guión y la profusión de historias, las construcciones livianas y estereotipadas de los personajes y los saltos de género los que hacen que la película no funcione. Repeticiones de situaciones e inverosimilitudes se conjugan para que merced a personajes trillados y vacíos la empatía flaquee peligrosamente en una cinta que requiere a gritos una respuesta cómplice del espectador. Trueba intenta imbricar la intriga policial, el romanticismo, la mirada social, la comedia de parejas desparejas y el drama y, en lugar de amalgamarse, todos estos tonos se chocan violentamente sin poder marcar un rumbo.
Además el lirismo que parece proceder de lo literario abunda en simbologías y metáforas que muchas veces son obvias y forzadamente poéticas y que en su traslado a la imagen sólo resultan en bellas postales vacías, cuando no en definitivas grasadas. Tanta alegoría que busca hablar de los “grandes” temas no hace sino remarcar una postura progresista que puede servir en la vida cotidiana pero al arte no le suma, es más le resta, lo empequeñece, lo vuelve mensaje. Y para mensajes, ya sabemos, mejor el correo.
El baile de la victoria se toma su tiempo para demostrar que es el resultado fallido de una sumatoria de errores que apenas ofrece una sentida creación de Abel Ayala, entrega una de las actuaciones más flojas de Darín y demuestra que jamás alcanza con las buenas intenciones. Una decepcionante sorpresa.