Demasiada justicia poética
Basada en la novela honónima -ganadora del premio Premio Planeta- del escritor chileno Antonio Skármeta (El cartero), El baile de la victoria, dirigida por el irregular Fernando Trueba, cuenta con el protagónico de Ricardo Darín y Abel Ayala (aquel de El polaquito), junto a Ariadna Gil y la revelación chilena Miranda Bodenhöfer.
En principio, la idea de mezclar un film de atraco perfecto con un melodrama de tinte político resultaba atractiva desde la propuesta narrativa. Ahora bien, si a eso se le agregaba una suerte de exaltación poética quizás el resultado final no hubiese sido tan beneficioso y eso es precisamente lo que ocurre con este fallido intento del director de Belle epoque. No es tanto la historia o la trama en sí el principal defecto que arrastra esta película sino las decisiones cinematográficas que se juegan en pos de un plus de lirismo que nunca llega y que termina bordeando la cursilería.
Si hubiese que encontrar una palabra o término para definir este desacierto de Trueba, eso sería sin duda la idea de machacarlo todo bajo la impronta de la justicia poética, que condiciona el destino de sus dos personajes principales, quienes han salido de la cárcel por una amnistía en épocas democráticas de un Chile que aún conserva resabios de la dictadura Pinochetista en algunas capas sociales.
Nicolás Vergara Grey (Ricardo Darín), una vez en libertad intentará recuperar su parte del último robo que lo llevó a la cárcel durante varios años por no delatar a sus secuaces. A cambio de su silencio, el compromiso de mantener a su esposa Teresa (Ariadna Gil) e hijo, por parte de los que quedaron libres y ahora no le devuelven el dinero, se ha cumplido hasta que ella decidió rehacer su vida y no esperarlo más. Sin embargo, al experto ladrón de cajas fuertes no le costará mucho darse cuenta de que su lugar de esposo y padre ya fue ocupado hace rato por un hombre de dinero, así que no le queda otra alternativa que mirar hacia adelante. La chance del cambio surge con la posibilidad de un nuevo golpe tal como le propone otro delincuente de poca monta, un joven inexperto que se llama Ángel (Abel Ayala), quien también estaba preso y queda libre. Bajo la dialéctica maestro aprendiz ambos organizan el gran golpe con un sabor a revancha y a segundas oportunidades tan subrayado por Trueba que da verguenza ajena.
Cierra este triángulo el infaltable vértice femenino: una sensible muchacha llamada Victoria (Miranda Bodenhöfer), quien además de expresarse a través del baile -por no poder hablar- enamora al muchacho que se debate entre un infantilismo e idealismo demasiado exagerados.
Decíamos anteriormente que la idea de justicia poética sobrevuela la trama porque el botín a rescatar es dinero sucio de la dictadura convirtiendo a Vergara Grey y su secuaz en reivindicadores de causas perdidas. A eso debe sumársele el pasado de Victoria (que por motivos obvios no se adelantan en esta nota) y entonces el concepto cierra por todos los costados en base a un guión sobreescrito.
No obstante, si este fuese el único problema de El baile de la victoria la cosa no sería tan preocupante; sólo que también se hacen presentes desniveles narrativos varios y el burdo subrayado de algunas ideas. Lamentablemente, se desperdició una buena historia, rica en personajes que acá no alcanzan multidimensión, pese al buen desempeño del elenco.