En el año 2001 Renee Zellewger protagonizaba “El diario de Bridget Jones”, ya todo un clásico de la comedia romántica, y empezaba a circular por el Olimpo de las elegidas, donde se establecía como la heredera natural de Meg Ryan, la nueva novia de América, camino que había empezado a construir con filmes como “Jerry Maguire” (1996), afianzado con “Irene, yo y mi otro yo” (2000).
Pero era una antiheroína diferente, una mujer común, con un trabajo de exposición, si, pero sólo un trabajo, atrapada en la relación con dos hombres. Ese triangulo amoroso enfrentaba a dos antagonistas tan clásicos como eficientes: Daniel Cleaver (Hugh Grant) y Mark Darcy (Colin Firth), uno, mujeriego irreductible, el otro, un perfecto caballero ingles, respectivamente. Ella, por su lado, era hermosa, ingenua, inteligente, torpe, donde sus fallas eran lo que la presentaban casi como de irresistible encanto.
Luego, y a partir del éxito de la primera, una segunda parte, “Bridget Jones, la edad de la razón” (2004), que si bien funcionaba, no llegaba a la altura de la original, sostenida a partir de las actuaciones y con final feliz, previsible y deseado, tanto por el personaje como por los espectadores.
Esta tercera entrega muestra a una mujer entrada en su cuarta década de vida, soltera, sin hijos, con un mejor puesto en el mismo rubro laboral, pero insatisfecha y muy lejos de ser feliz.
Por su parte Mark Darcy (Colin Firth), está casado, y hay un primer re-encuentro casi casual, en el velatorio de Daniel Cleaver, desaparecido en un accidente aéreo, al que asisten ambos. El cruce de miradas y las acciones de Bridget establecen por donde circulara la historia. Una clara repetición de formula, bastante gastada, como consecuencia de tal abuso, los gags, chistes, y otras ocurrencias, no producen un mínimo gesto que se asemeje a una sonrisa. No digamos risas.
En una misma semana Bridget tendrá relaciones con Jack (Patrick Dempsey), un matemático yankee, extremadamente rico a partir de un sitio de internet de citas románticas, basadas en un determinado algoritmo, esto dicho pues esta característica es utilizada para la progresión narrativa. El otro no es otro que Mark, (que está tramitando su divorcio, por supuesto), tiempo después descubre que está embarazada. Ni idea de cuál de los dos es el padre, ergo conflicto y contrincantes establecidos, pero todo va a presentarse como demasiado repetido y extremadamente forzado.
A esto se le sumara una sub-trama, instituida en la esfera laboral, poco desarrollada, bastante destejida, y escasamente eficaz.
Lo mismo ocurre con el diseño de la banda de sonido, desde lo rigurosamente estructural, la voz en off de la protagonista, en aquello que escribe en su diario, o si se quiere sus propios pensamientos. Algo parecido sucede con la inclusión de temas musicales iconográficos, por momentos en sentido de intertextualidad, en otros como guiños humorísticos, lográndolo pocas veces a lo largo de la historia.
Como en las anteriores entregas la estructura narrativa es tan clásica como el montaje y el diseño de producción, en estos rubros tampoco hay sorpresas. Lo mejor lo encontraremos en las actuaciones: Renee sale airosa de la prueba a la que es sometida, casi perversamente sostener esa frescura del personaje 15 años después, hasta que gracias a su talento termina siendo creíble; Colin Firth a esta altura establecido como un gran actor, capaz de sostener cualquier personaje, aunque a éste lo hace de memoria; Patrick Dempsey demuestra que fue falsamente catalogado como un simple galancito. A ellos se les suma, además de los anteriores personajes laterales, la genial Emma Thompson, interpretando a la Dra. Rawlings, una obstetra muy “sui generis” que esta más allá del bien y del mal, quien tiene a su cargo los únicos diálogos y momentos casi hilarantes.
Pero en esta oportunidad, todo esto no alcanza para rescatarlo del hundimiento irremediable.