En menos de un año y en dos oportunidades, el cine chileno dijo lo suyo sobre los abusos (sexuales y psíquicos) de la Iglesia Católica de su país. Primero fue con El club, de Pablo Larraín, donde las atrocidades de los "curitas" permanecían en un sigiloso fuera de campo. En la película de Matías Lira, en cambio, los hechos están a la vista y la estructura coloca a víctima y victimario en un sórdido juego de gato y ratón que, pese a estar basado en un caso que sacudió los cimientos de la curia local, no resulta del todo efectivo y verosímil.