En la mente de un pedófilo
El cine chileno se dedicó en el último año a retratar los abusos sexuales (y otros tantos) perpetrados por miembros de la iglesia católica. Si en El club (2015) Pablo Larraín ponía el foco en lo que sucedía con un grupo de sacerdotes luego de haber sido culpados de diferentes crímenes (entre ellos la pedofilia), en El bosque de Karadima (2015) Matías Lira (Drama, 2010) lo coloca sobre los abusos propiamente dichos.
Basada en un hecho real, El bosque de Karadima se centra en un sacerdote, Fernando Karadima (Luis Gnecco), que durante casi treinta años abusó física y psicológicamente de un adolescente (Pedro Campos), luego convertido en adulto (Benjamín Vicuña). Narrada en dos tiempos, la historia sucede en la actualidad, cuando el abusado puede hacer público el hecho, y en el pasado, siguiendo paso a paso como se fueron dando los acontecimientos.
Planteado como un drama psicológico, Lira construye un relato fragmentado en el que el tiempo será el recurso formal que dará forma a la historia. El bosque de Karadima está narrado desde el presente recordando hechos del pasado. La historia va y viene en el tiempo de manera continua, pero pese a esto hay claramente una estructura clásica -introducción, desarrollo y desenlace- que permite al espectador seguir la línea narrativa con facilidad.
Si bien la pedofilia podría haber sido abordada de distintas formas, Lira hábilmente elige la manipulación psicológica y como esta se convierte en el motor que regirá la vida del abusado. Karadima abusa del personaje de Vicuña no solo en la adolescencia sino que lo sigue haciendo hasta que este pasa la barrera de los cuarenta. Ese tratamiento será determinante para entender porque un hombre ya crecido, casado y con hijos sigue siendo víctima de abuso.
El bosque de Karadima no es solo una película sobre la pedofilia, sino que va mucho más allá. Al enmarcarla dentro de este contexto, Lira se corre de lo que podría ser la morbosidad y ahonda en lo mental, si bien hay algunas escenas para recrear lo sexual, está claro que están en función de lo que se está contando y no apuntando a un costado morboso.
La historia también denuncia la impunidad que se esconde atrás de estos casos, la protección eclesiástica hacia los abusadores y el rol que cumple tanto la cúpula como la justicia en casos donde un organismo de poder se encuentra envuelto. Lira evita ensuciar a la iglesia en su totalidad sino que lo hace sobre los sectores que tienen el poder o que lo usan para cometer delitos.
Sin maniqueísmos ni golpes bajos, El bosque de Karadima es una película más que correcta, con especial cuidado en lo que se muestra y como se lo muestra. De esas que como tienen llegada a la masividad del público los críticos en su mayoría cuestionan, aunque muchas veces ni siquiera saben el por qué.