Se estrena El bosque de Karadima, coproducción chilena-argentina protagonizada por Luis Gnecco y Benjamín Vicuña que narra la historia real de un sacerdote acusado de abusos sexuales.
Un pastor con piel de lobo. Fernando Karadima fue un influyente cura de una región de Santiago llamada El Bosque, que estuvo a cargo de una pequeña pero fiel comunidad de feligreses. El carisma del sacerdote y su determinado carácter inspiraban y seducía a jóvenes aspirantes a monaguillos así como posibles futuros párrocos.
El film de Matías Lira se enfoca en uno de los discípulos de Karadima –interpretado por Luis Gnecco- Thomas Leyton, hijo de madre soltera, pero con un alto poder adquisitivo. La fascinación que nace por parte de Thomas no es tanto por lo que le genera el estudio de catequesis –de hecho, prefiere estudiar medicina- sino por la forma en la que Karadima impacta ante sus ojos. La atracción termina siendo mutua cuando Thomas es admitido dentro de la familia eclesiástica. Pero, más allá de la presunta relación padre sustituto/tutor que termina siendo Karadima para el protagonista, hay una previsible atracción sexual, de la que Thomas no intenta escapar. Incluso, a pesar de su joven edad, parece disfrutar.
La película está narrada en tres tiempos específicos. La adolescencia tardía del personaje –Pedro Campos- y la adultez, en un periodo veinteañero y otro más cercano a los cuarenta –a cargo de Vicuña- en que el personaje toma verdadera consecuencia de los actos del pasado e intenta evitar que se repitan con su propia familia, formada bajo la sombra y el “apoyo” de Karadima.
A consecuencia de la última ganadora del Oscar, En primera plana, los casos de pedofilia y abusos sexuales dentro de la Iglesia Católica han resurgido dentro del cine. Pero mientras que el film de Thomas McCarthy hacía mayor énfasis en la investigación y ética periodística, El bosque de Karadima decide narrar el drama interno de los protagonistas –cuyo nombre fue cambiado- para mostrar acaso el poder de seducción de un personaje tan siniestro como aberrante. El film decide no esconder nada, pero tampoco llegar a graficar completamente cada situación. No se trata de una obra sutil, pero sí cuidada. Lo que en cierta forma la emparenta con Actos privados, notable e injustamente olvidada obra de Antonia Bird, protagonizada por Linus Roache. Por otro lado, un buen y más crudo complemente a Karadima es El club, premiado largometraje chileno de Pablo Larraín.
Si el mensaje y el discurso consiguen un notable equilibrio manteniendo la tensión y el suspenso sin demasiados golpes de efecto, las limitaciones de la película de Lira suceden en el terreno de no querer despegar la mirada de la historia, no construir cinematografía sino simplemente narrar los hechos que suceden en el guión con completo oficio, pero sin una búsqueda visual que acompañe el impacto que podría generar la historia. Todo se mantiene en un tono tan gris como el cielo de Santiago.
Es interesante que Lira no pose la mirada sobre la relación de Karadima con la dictadura de Pinochet, sino que construya un retrato de época distinto, independizando al personaje de su contexto, pero tampoco aislándolo. Los actos son producto de su propia naturaleza –inclusive en su carácter negador y violento- pero el estado no pone el ojo en ellos.
Lira consigue generar apatía por parte del público, especialmente porque Gnecco hace una interpretación verosímil en la piel de Karadima. Diferente es el caso de Vicuña, en un registro más televisivo, que lo complica en escenas íntimas, donde tampoco los diálogos ayudan a crear tensión, ya que algunas escenas parecen haber sido extraídas de algún culebrón. No parece casual que el propio Lira haya decidido también adaptarla como miniserie.