El bosque maldito
El nuevo cine chileno tiene un peso importante a nivel sudamericano e internacional, y le pisa los talones en menor medida pero con firmeza y calidad a nuestra producciones nacionales, a partir de obras consagradas como El club, de Pablo Larraín, donde la vida de unos curas corruptos escondidos en un pueblito costero se ve amenazada con la llegada e investigación de un párroco. Ese film fue galardonado con el Oso de Plata en el pasado Festival de Berlín. En El bosque de Karadima se presenta un caso verídico que tuvo lugar de 1980 hasta 2000, donde el máximo exponente del catolicismo local, el padre Fernando Karadima, es considerado un santo y venerado por los jóvenes que ingresan a la orientación sacerdotal, aunque también es un abusador oculto.
El eje se centra en la relación espiritual y luego abusiva que Karadima mantiene con el joven Thomas (interpretado por Benjamín Vicuña) y su evolución con esta figura hasta las altas esferas de la religión católica, desde su ingreso hasta su desvinculación de la parroquia llamada El bosque. Este segundo film del chileno Matías Lira cumple su objetivo de incomodar al espectador y hacerlo partícipe de los excesos de poder y delirios corruptos de este “santito” pedófilo que amenazaba con la palabra del Señor. Y ahí comienzan los viajes narrativos en el tiempo de la víctima, ya que su relato es el testimonio fidedigno para la destitución y futuro enjuiciamiento a esta singular figura.
Este drama complejo enfrenta a cuestionamientos éticos y morales entre víctima y victimario, con un trasfondo eclesiástico de alta curia, más preocupado por su reputación que por hacer el bien al prójimo y al desamparado. Hasta por momentos dudamos de la inocencia de Thomas y la posibilidad de un real amor entre estos dos hombres que se estiman y quieren con el pasar de los años. De entrada apuntamos contra Karadima, pero a veces cuestionamos las actitudes del victimario enfermo en ese espiral abusivo del que no puede salir y que con el tiempo reafirma una atracción sin culpas -y consentida- pero doblemente prohibida para la sociedad. Pero claro que esta aceptación no comienza en una etapa adulta, sino desde la inexperiencia y el juego de las ilusiones de alguien que no tiene el poder de decidir a corta edad, en lo que ante todo es un acto penal.
Volviendo a El bosque de Karadima, tenemos un lugar físico que también es cómplice de tales atrocidades a la que el protagonista se refiere, en una alegoría paisajística donde lo bello y encantador por fuera es oscuro en sus diversos niveles de profundidad. Notamos así un film de calidad que, aunque flojea en esos viajes en el tiempo, logra establecer con singularidad los límites del bien y el mal. Y es que los hechos verídicos y corruptos de la Iglesia como también los casos policiales más retorcidos, bien contados en la pantalla grande, siempre tienen la de ganar.