Con una propuesta interesante arranca “El bosque siniestro”. Una de esas leyendas urbanas (o campechanas tal vez) que sienta las bases de la verosimilitud y engancha.
En Japón hay un bosque que se llama Aokigahara al cual van aquellos que quieren suicidarse, aquellos cuyas almas no tienen paz y desean acabar con la pena de estar vivos, “el bosque” se los lleva. Se dice también que los espíritus andan por ahí acechando, con lo cual entrar en el bosque es peligroso, pero desviarse del sendero hecho para recorrido turístico lo es mucho más, aunque los más expuestos son los que sienten algún tipo de tristeza en el corazón.
A ese lugar fue Jess (Natalie Dormer) quien siempre fue, de las dos gemelas idénticas, la de meterse en líos de todo tipo ante los cuales intercedía su hermana Sara (Natalie Dormer otra vez, pero rubia y sin piercing en la nariz). Dicho sea de paso, desde hace cuatro días que no hay señal de Jess. Ahí viaja entonces la versión rubia para encontrarla. ¡Ah!, la última vez que la vieron entraba al bosque Aokigahara.
“Si ves o escuchas algo raro, recordá que no es real. Está en tu cabeza”, le dice a Sara el guía Michi (Yukiyoshi Ozawa), hombre conocedor de la topografía del terreno y sus misterios que junto con Aiden (Taylor Kinney), un columnista de una revista australiana a quien la heroína conoce en un bar la noche anterior, se ofrecen a llevarla bosque adentro para encontrar a Jess.
Con cierta pericia y ritmo aletargado, el debutante director Jason Zada logra crear cierto clima de thriller psicológico jugando entre la realidad y la imaginación de los personajes, y por carácter transitivo en la mente del espectador. El bosque en cuestión, notablemente fotografiado por Mattias Troelstrup, se transforma entonces en otro personaje de la historia y ofrece momentos de incertidumbre gracias a su poderío natural de albergar sonidos y sombras inciertas.
El problema surge pasados los cuarenta minutos, cuando la credibilidad de la acción comienza a derrumbarse inexorablemente a partir del hallazgo de la carpa de Jess. En adelante, todo lo que hace la hermana va destruyendo al personaje dada una serie de contradicciones y atentados contra la inteligencia (de ella misma y del espectador). Claro, al caerse éste personaje, el resto es sometido a un efecto dominó que provoca el efecto inverso al susto.
Nada puede la actriz Natalie Dormer, de sólido (doble) trabajo, frente a un elenco bastante insulso, en especial Taylor Kinney, quien por falta de matices, ofrecidos claramente en el guión para ser aprovechados por cualquier actor, no resiste el peso dramático de su personaje.
Al término de la proyección nos quedamos más con lo que podría haber sido, en lugar de lo que fue. Entre su factura técnica, la idea (que contada en voz alta suena más convincente que el producto final), las mencionadas actuaciones y algunos frenos a una banda de sonido que asusta por su volumen alto cada vez que alguien se da vuelta, “El bosque siniestro” se anima a instalar lo más innecesario de todo este recorrido: la posibilidad de una secuela.