Un bosque de almas en pena
Bosque y cabañas y fantasmas japoneses, pero de esos que no tienen efectos digitales sino maquillaje. De todos modos, hay un poco de los dos. El balance está bien y, dado el argumento, tendrá que ver con el equilibrio supuesto por las gemelas protagonistas. Una de ellas viaja en busca de la otra. A Japón, al bosque Aokigahara, donde los suicidas prefieren el retiro de sus almas.
Antes bien, mejor dar cuenta de Jason Zada, el realizador detrás de El bosque siniestro, ópera prima de quien saltara a la palestra con Take this Lollipop, una aplicación que se vale del Facebook para aterrorizar al espectador: todavía puede consultarse su sitio web y personalizar la experiencia: un maniático revisará tus datos y saldrá a buscarte.
Con El bosque siniestro, Zada se mete en el cine y a otra cosa. Se nota que está cómodo con el género terrorífico y que sabe situarse un paso más allá de lo previsible. Es decir, su película se parece a muchas pero tiene su toque distintivo. Desde el vamos, la variación temporal sacude la historia, con Sara (Natalie Dormer) desdoblada entre su vida en Estados Unidos y el viaje a Japón: flashback o flashforward, sueño o vigilia, anverso y reverso cuantas veces sea necesario, desde una cámara nerviosa, de imagen texturada, casi subexpuesta. En suma, dos caras de la misma situación que replica entre ella y su gemela, Jess (también Dormer).
El relato adquiere línea temporal precisa una vez encuentra el camino que le guíe por el bosque suicida, ese ámbito que desde el Monte Fuji, dicen, parece un océano verde. Acá, de nuevo, el vínculo de límite raro del director: ver en el film las imágenes que Sara "googlea" es un acto que el espectador puede repetir en su ordenador: esas mismas imágenes horribles saldrán a su encuentro, Aokigahara no es un mito.
Ese bosque existe y, según Sara, su hermana está viva. El sendero del que le advierten no apartarse es marca dramática para esta caperucita rubia, cegada por encontrar a su hermana pero, sobre todo, por redimirse de los ojos cerrados que le evitaron un horror de infancia. Quien sí presenció aquello es Jess. Entre estas dos miradas, se entreteje el argumento de El bosque siniestro. Un equilibrio que oscila entre lo cierto y lo imaginado, el mito y la verdad, la vida y la muerte. Jess y Sara como una unidad que deberá resolver una herida que todavía duele.
En líneas generales, la propuesta del film se sostiene, atrapa, todavía más cuando una vez superadas las pruebas mayores, encuentre armonía en su desenlace. Entre lo mejor: el reconocimiento de un cadáver al que, ceremonialmente, Sara es invitada. Por eso, pueden pasarse por alto algunos golpes de efecto que no agregan demasiado, tal vez impuestos al ánimo del realizador, tal como lo supone el último plano, que parece desgajado del tono dramático, así como coincidente con un tipo de cine que nada tiene que ver con lo visto hasta ese momento.