El arranque de “El bosque siniestro” (USA, 2016), de Jason Zada, es contundente. Una joven llamada Sara (Natalie Dormer, de “Game of Thrones”) recibe la sorpresiva comunicación desde Tokio sobre la desaparición de su hermana gemela. Ajustando algunos temas que no puede dejar librados al azar la joven decide viajar hacia el lugar para conocer más detalles acerca del paradero de su hermana.
Tokio se presenta como una posibilidad, un espacio desconocido en el que el errabundeo y el desconocimiento, más allá de las intenciones de encontrar a su familia, pesarán más que cualquier presunción que Sara tenga sobre sí misma.
Zada muestra a la ciudad opulenta, inmensa, brillante, hasta que la Sara vuelve en sí y comienza, a través de flashbacks, a recordar algunas situaciones sobre su pasado, una historia dolorosa en la que su hermana Jess (Dormer) tiene tanta importancia como relevancia.
Al comenzar a investigar detalles sobre la desaparición, Sara conoce la leyenda sobre el misterioso bosque de Aokigahara, aparentemente el lugar en donde Jess fue vista por última vez, y al que van las personas a quitarse la vida.
La misma leyenda relata que ese bosque impenetrable, ubicado en la base del monte Fuji, es un lugar atestado de fantasmas, de almas en pena, las que al ingresar terminan por influenciar a uno a tomar decisiones inesperadas al potenciar la tristeza y el dolor con el que cada uno convive diariamente.
Pese a las advertencias, y ante la inevitable realidad de no encontrar más pistas sobre Jess, Sara decide ir al bosque a buscar, pese a todo, a su hermana.
Hasta ese punto la película se desenvuelve correctamente, con atmósferas y climas específicos y necesarios para realzar el misterio sobre las hermanas Jess/Sara, su pasado, pero también sobre el bosque, que imponente se alza demostrando la inferioridad de los hombres ante su majestuosidad.
Pero el guión de Ben Ketai, Nick Antosca y Sarah Cornwell va perdiendo con cada paso que la joven dé dentro de la vegetación fuerza y comienza a apelar a recursos convencionales para transformar el misterio y potencia inicial en una caricatura sobre aquello que planteaba originalmente.
En el camino Sara conoce a Aiden (Taylor Kinney) un periodista que se interesa por la historia de las gemelas, y que se sumará a Sara para encontrar a Jess. Las lagunas en los relatos que éste hace sobre su profesión y su desinteresada y sorpresiva ayuda, se sumarán como un desvío de la historia original, transformando ahora a “El bosque siniestro” en una cinta que apela al desenmascaramiento del otro como tema narrativo.
Mientras cuestiones básicas sobre las hermanas aparecen, y la duda sobre éstas nunca se resuelven, se termina por elegir la lucha con la otredad, como eje principal, para evitar profundizar en olvidos y lagunas (muchas) que el guión posee.
La recurrencia de los flashbacks, la rápida evaporación de cuestiones interesantes ante la inevitable caída del relato inicial, la falta de solidez interpretativa de los protagonistas, la ridiculización del recurso de la actriz para interpretar dos papeles, y, principalmente, la falta de rumbo que hacia mitad del metraje se impone en la película, hacen que “El bosque siniestro” termine por perder la posibilidad de construirse como un relato sólido de género.