El brindis

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

UNA FIESTA, UN DISCURSO Y UNA PAREJA

Película basada en un creador de cómics, actor principal procedente de la Comédie Francaise y director acostumbrado a un cine industrial donde se dan cita la ligereza de la comedia y, en más de una ocasión, el universo de las historietas vía Asterix y Óbelix. El coctel no se presume demasiado original pero sí tiene su base inicial y su sinceridad estética: El brindis es un film de guión, de palabras justas y ritmo interno que puede alentar al elogio en un principio y luego convertirse en declarada fórmula y en donde, vaya riesgos, se fusionan el lenguaje del cine con la caja cerrada que identifica al teatro (espacios, tiempos narrativos, actuaciones).

Es que la película de Laurent Tirard presenta a un personaje inquieto que desde el comienzo se entera que su pareja no va más y que ella se va en plan de descanso. En medio de la tristeza, el particular conjunto familiar que rodea a Adrien (Benjamin Lavehrne, con momentos divertidos y otros agotadores debido a su excesivo protagonismo) que, por si fuera poco, aprueba que la hermana, a punto de casarse, le proponga que se encargue del discurso al momento del brindis festivo.

Esa es la historia y punto y desde esa acotada propuesta El brindis dispara su arsenal estético constituido por flashbacks, rupturas narrativas, artificios dentro del plano (por ejemplo, esa cuarta pared que se hace añicos y que convence y luego llega al mero abuso formal) y saltos en el tiempo que tratan de darle fluidez y sustancia al relato. En efecto, los recursos estéticos de El brindis se reflejan con elocuencia en el mejor Woody Allen de los años 70 y 80 (Annie Hall, entre otras maravillas) o en la batería de palabras del bienvenido cine ombliguista de Nanni Moretti pero con las diferencias de cada caso. Si aquello de hace casi medio siglo las decisiones de Allen provocaban sorpresa y trasuntaban originalidad, ahora en El brindis (o El discurso) se recae en una fórmula que se agota en sí misma.

Sin embargo, las idas y vueltas del personaje central, recordando el pasado y planificando mentalmente el discurso casamentero, cierta delicada ironía en relación a la particular familia que lo rodea (los padres, por ejemplo) y algunos buenos instantes en la fiesta, rutinaria y plagada de clisés (¡el baile del conga!) elevan un tanto la meseta de calidad en la que descansa la película.

Curiosidades o no tanto: lo mejor de El brindis no se encuentra en su vetusta apuesta formal sino en la aplicación temática de algunos lugares comunes ya vistos y digeridos en muchos films parecidos. Rarezas del cine industrial francés que hasta sirven para disimular su conservador final en relación al matrimonio y al lógico desgaste debido a la convivencia.