El realizador presenta El buen amigo gigante, film de animación basado en un bestseller tan ideológicamente conservador como lo que se ve en pantalla.
No alcanza con un par de buenas secuencias de aventura rollercoaster ni tampoco con un trabajo de animación perfecto hasta el hueso de las posibilidades técnicas. No alcanza porque se trata de lo nuevo de uno de los mejores.
Y no alcanza porque este opus de Steven Spielberg, basado en el best seller de Roald Dahl (autor de Charlie y la fábrica de chocolate), es un catálogo de las bondades visuales del cine animado como también un compendio de tips ideológicos apolillados.
Sophie (Ruby Barnhill) es una niña que vive en un orfanato, tiene perfil de pequeña intensa, pretenciosa y engrupida que si no te mata los nervios a los diez minutos de film, puede que sobrevivas incluso a la proyección completa del desfalco cinematográfico del tío Steven.
En ese oscuro hospicio londinense, una noche Sophie se cruza con el bueno del gigante con voz de Mark Rylance (Puente de espías) que, por miedo a ser invadido por la civilización occidental, rapta a la menor y se la lleva a su bosque de hombres que pueden tocar las nubes con sus dedos.
El problema del gigante es que en el lugar donde vive es el más bajito de todos y está rodeado por un grupo de seres enormes que le practican furibundo bullying a diario.
La historia de compasión, paternalismo imperial y lugares comunes asfixiados de cursilería y retoque visual tiene en esa introducción un relato que, casi dos horas después, deriva en la entrada a puro impulso monárquico de los militares de la reina.
No es menor el detalle de que The BFG (The Big Friend Giant) se estrene el mismo año en que Gran Bretaña aprueba su salida de la Unión Europea a galope de una población exacerbada en sus instintos xenófobos.
El costado político, en tanto, es el más denso de un combo aún mayor que incluye también modorra narrativa y niveles de falsa inocencia que sólo pueden llegar a aceptar los más chicos de la familia.¿Tráfico ideológico o extorsión conceptual? El camino va al mismo lugar: la pequeñez en el contexto de una obra fílmica mayor.
Atención: spoiler
No es intención de este escriba lanzar spoilers para bloquear el visionado del film, que bien podría encabezar cualquier lista de lo más flojo del director de Indiana Jones. Pero es inevitable referirse a las hormonas colonialistas de Spielberg, al placer que en pantalla despunta con una secuencia en la que la reina buena accede al pedido de la niña que, en pleno palacio real, le pide que ayude a su amigo gigante y le envíe sus helicópteros con poder de fuego.
El gigante inglés, con sede en Londres pero oficinas tácitas en Los Angeles, traza de esta manera un paralelo en celuloide, ratifica el Brexit a fuerza de prepotencia y le demuestra a los otros gigantes del grupo (¿tiros por elevación a Alemania y Francia?) quién la tiene más grande.
Y así, en un largometraje que en los Estados Unidos fue recibido con frialdad más por algunos desaciertos de marketing que por su discurso, el tipo que nos conmovió con E.T., nos sacudió con Jaws y plantó bandera de director serio con Munich, ofrece su peor trabajo, el escalón más lejano de quien podríamos señalar como uno de los grandes realizadores vivos del cine de Hollywood.