Contra todos los males de este mundo
El director de Tiburón, Indiana Jones y Jurassic Park regresa al cine de aventuras para toda la familia con una transposición del libro de Road Dahl a cargo de Melissa Mathison (guionista de otro de sus éxitos como E.T., el extraterrestre) y con producción de Disney. El resultado es siempre deslumbrante desde lo visual y -sobre todo en su segunda mitad- conmovedor en su retrato de la relación que se va estableciendo entre dos seres diferentes y rechazados: una pequeña huérfana de diez años (Ruby Barnhill) y el querible gigante al que alude el título (Mark Rylance).
Juro que me asusté. La primera hora de El buen amigo gigante no parece de Steven Spielberg. O se parece a Hook, a Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal; es decir, a lo más flojo de su filmografía. Aclaro: no es que esa primera mitad sea mala. Es narrativamente impecable y visualmente avasallante (otro prodigio técnico de su factoría y van...), pero nunca se ve demasiado la mano, la marca, el estilo del Spielberg más intenso, más cinéfilo, más arriesgado ni más emotivo.
Por suerte, todo mejora y mucho durante la segunda hora. Allí la película se convierte en un Spielberg puro y fascinante y es cuando El buen amigo gigante hace recordar a E.T.: El extraterrestre (no casualmente ambos films tuvieron guión de la recientemente fallecida Melissa Mathison) porque no sólo recupera esa inocencia, esa pureza, ese optimismo tan propios de sus historias (ese antídoto perfectr frente a tanto cinismo, sadismo y oscuridad en el cine y en la vida actuales) sino que además le agrega una bienvenida dosis de audacia y desenfado.
La película arranca como una deslumbrante (sólo en el terreno visual, quedó dicho) historia sobre la relación que se va estableciendo entre Sophie (Ruby Barnhill), una niña de diez años que vive en un orfanato, y el querible monstruo al que alude el título (Mark Rylance, devenido nuevo actor-fetiche de Spielberg, tras ganar el Oscar por Puente de espías), pero luego sí se convierte en lo que todos esperaban: una entrañable historia de amor más allá de las diferencias concebida a pura emoción y con una larga secuencia ambientada en el palacio de Buckingham con la mismísima reina de Inglaterra (parece que nadie hace mejor ese papel que Penelope Wilton) que resulta hilarante y brillante.
Así, en su anhelado regreso al cine de aventuras fantásticas para toda la familia luego de títulos para adultos como Lincoln o Puente de espías, esta incursión en el universo literario del admirado Roald Dahl -más allá de que indudablemente le cuesta tomar vuelo- un espectáculo visual extraordinario y, en ese segundo tramo, una demostración más del esplendor de un director de las inmensas dimensiones, facetas, matices y cualidades como Spielberg. El maestro está de regreso. El buen amigo gigante del cine.