Un gigante con alma
La nueva película de Spielberg, basada en un libro para chicos de Roald Dahl, es un salto de calidad en el cine que mezcla actores y animación.
Fantastic Mr. Fox, Jim y el durazno gigante, Matilda y, la más conocida, Charlie y la fábrica de chocolate, son algunas de las novelas del galés Roald Dahl que llegaron a la pantalla grande. Todas las adaptaciones han sido de muy buenas para arriba, quizás porque les tocó en suerte buenos directores: Wes Anderson, Henry Selick, Danny DeVito y Tim Burton. Pero incluso el ignoto Mel Stuart dirigió una excelente versión de Charlie… en 1971 con guión del propio Dahl, que los de treintaypico vimos de chicos en la tele, doblada al castellano, antes de la existencia de todas las otras.
Dahl sin dudas tenía un talento incomparable para crear historias para chicos, originales pero a la vez clásicas, cuentos de hadas modernos con personajes sencillos y queribles, con una estructura tan perfecta que parecen haber existido desde siempre como los cuentos que se transmitían oralmente y nos llegaron versionados por distintos escritores.
Ahora que se estrena El buen amigo gigante, resulta evidente que las historias de Dahl son material perfecto para Steven Spielberg: niños precoces y vivarachos que se relacionan con personajes excéntricos y fantásticos. Y si al cóctel se le suma la guionista Melissa Mathison, que adaptó la novela, la cosa es prácticamente a prueba de balas. (Mathison es nada menos que la guionista de E.T., el extraterrestre, y El buen amigo gigante es su canto del cisne: murió en noviembre del año pasado cuando la película se encontraba en postproducción.)
Sophie (Ruby Barnhill, debutando en cine) es una despierta nena que vive en un orfanato de Londres. Una noche, por culpa del insomnio, ve por la ventana a un gigante (Mark Rylance), que la secuestra y se la lleva a la Tierra de los Gigantes para que no delate su presencia en la ciudad. Ahí, el gigante en realidad es un enano: sus vecinos son mucho más gigantes y amenazadores. Pronto Sophie se da cuenta de que su victimario en realidad es la víctima de sus compañeros, y que su intención no es hacerle daño sino protegerla de ellos.
A pesar de que no es una película especialmente corta -dura casi dos horas- la trama es sencilla, sin vueltas, y da la sensación de película “chiquita”. No hay casi tensión respecto de “qué va a pasar”, y quizás ese sea su flanco débil. Todo está concentrado en la relación entre Sophie y el gigante, entre lo adorable de esa nena y lo extraordinario de ese gigante que interpreta Mark Rylance con su voz y los gestos de su rostro, pero que es todo CGI.
Es increíble lo que logra Rylance con la ayuda del equipo de animadores. Aunque yo hubiera preferido que el gigante fuera de carne y hueso y no de CGI -Spielberg lo intentó, pero dijo que no quedaba mágico-, es fascinante ver a Rylance transmitir emociones complejas con sólo unos pocos músculos de la cara. La técnica del performance capture se viene perfeccionando de la mano de Andy Serkis desde el Gollum de El señor de los anillos: Las dos torres (2002) hasta el Caesar de El planeta de los simios: Confrontación (2014), pero acá parece haber dado un salto de calidad. El gigante de Rylance tiene (o parece tener) tanta carne y tanto hueso como bits y píxeles. Es decir: tiene alma.
Dentro de la ya extensa filmografía de Spielberg, El buen amigo gigante está entre esas películas para chicos (y grandes) perfectas y encantadoras como no se veían, quizás, desde E.T.