La magia de Roald Dahl (Matilda, Charlie y la Fábrica de Chocolates) regresa a la pantalla grande de la mano de Steven Spielberg con El buen amigo gigante. Aventura y fantasía para toda la familia.
Terreno familiar
Luego de un largo período abocado exclusivamente a dramas históricos (War Horse, Lincoln, Puente de Espías), Steven Spielberg vuelve al terruño cinematográfico donde ha sabido proclamarse como amo y señor: el cine de aventuras. Films como Cazadores del Arca Perdida, E.T. y Encuentros Cercanos del Tercer Tipo son demostraciones indiscutibles del genio de este director y le han otorgado el merecido apodo de “Rey Midas”. Durante mucho tiempo el estilo spiebergiano ha estado sujeto a intentos de plagios fallidos, como si Hollywood entendiera que Spielberg había dejado una fórmula para que cualquier cineasta pudiera utilizar para generar un éxito de taquilla. Obviamente, no tardaron en darse cuenta que el único capaz de reproducir este estilo (con algunas poquísimos excepciones) era su creador y esta tendencia del mainstream se esfumó para dar lugar al michaelbayismo – pero esa es otra historia -. Sin embargo, hoy parece que hasta el propio Midas se ha olvidado como convertir sus propios proyectos en oro narrativo y su última película es un ejemplo de ello.
El buen amigo gigante cuenta la historia de una niña llamada Sophie, una huerfana (Ruby Barnhill) quien repentinamente tendrá un encuentro cercano con un amigable gigante (Mark Rylance) en medio de la fría noche londinense. De esta manera, Ruby será la primera humana en conocer el “País de los Gigantes” y al resto de sus temibles residentes. En primer lugar, hay que tener en cuenta que se trata de un cuento de Roald Dahl, por lo tanto estamos hablando de un código que responde a las fábulas de la literatura infantil. Aquí no hay cinismo ni ninguna intención de anclarse en el realismo; la magia y la fantasía son el combustible de la trama. Incluso el aspecto oscuro que suelen tener las historias de Dahl está rebajado y es casi imperceptible. En términos generales no hay un gran conflicto (piensen en el segundo acto de E.T.) que pueda angustiar a los niños ni tampoco un marcado antagonista por el cual el espectador deba preocuparse demasiado. El director parece oponerse a la moda actual de convertir cualquier tipo de cuento infantil en una violenta y cruda alegoría para el consumo directo de los preadolescentes.
Narración clásica y nuevas tecnologías
El buen amigo gigante contiene todos los ingredientes que suelen destacarse en la narración spielbergiana: el casting perfecto, la música de John Williams, la bella fotografía de Janusz Kaminski, los efectos especiales, el personaje excéntrico y adorable, la amistad impensada, el toque sentimental. Las piezas están todas allí a simple vista pero no terminan de encajar adecuadamente. Pese a su impecable primer acto, con una tradicional exposición de los personajes y el universo que los contiene, el relato nunca termina de despegar y languidece cuando busca expandir sin demasiado éxito el mundo en el que viven los gigantes. Esto repercute en un último tramo apresurado y que apenas puede recuperar algo del encanto inicial del film. Es decir, el conflicto es simple y no lo suficientemente interesante como para extenderlo tanto tiempo, por ende cuando este se resuelve conforme al código infantil (con mucha buena voluntad y coincidencias) sucede demasiado rápido
Sin embargo, el gran problema de la película no radica en su ritmo irregular, sino en la interacción entre los personajes “reales” – de carne y hueso – y los personajes animados por captura de movimiento. Esta técnica es efectiva en los segmentos compuestos únicamente por CGI, de hecho, pudo haberse tratado de una película completamente animada sino fuera por la decisión de incluir a Ruby Barnhill como protagonista. Y a pesar de que la pequeña actriz brinda una buena performance llena de carisma y gracia, su aparición como uno de los pocos personajes reales resalta la artificialidad de la técnica para dar vida a los gigantes. Cuando el BAG (o el BFG en inglés) y la niña están juntos en el mismo plano (algo que por otro lado, no sucede en demasía) la película no funciona y peor aún, cuando vemos a la infante sola en un cuadro dialogando hacia la nada, es inevitable pensar que está hablándole a una pantalla verde. Lo mismo podría decirse de Mark Rylance, indiscutiblemente un gran actor atrapado en los límites de las imágenes generadas por computadoras.
Conclusión
El buen amigo gigante es ciertamente un film disfrutable y bien logrado en la mayoría de sus aspectos. Sin embargo, una película menor para la filmografía de un verdadero gigante del cine como lo es Steven Spielberg.