Los peligros de la corrección política. Nadie tenía en los planes que Jordan Peele, más conocido por su faceta de comediante gracias al dúo que conforma junto a Keegan Michael-Key (director de Keanu), pudiera generar un batacazo de taquilla y crítica con una pequeña cinta independiente de género. ¡Huye! fue presentada inicialmente en el Festival de Sundance de este año, donde recibió loas de un público generalmente entusiasta de este tipo de propuestas. No obstante, el triunfo en el festival de cine independiente más grande del mundo no asegura el éxito masivo en el circuito comercial, ejemplos recientes como La Bruja o Te Sigue son prueba de ello. Films excelentes pero que quedaron atrapados en la lógica del culto y el nicho especializado. ¿Por qué ¡Huye! cruzó la frontera del mainstream? La respuesta está en una simple palabra: equilibrio. Empecemos por el argumento, que si bien no es novedoso tampoco es tradicional en su concepción. Pareja interracial en la era de la corrección política; novia caucásica de clase privilegiada propone un primer acercamiento entre sus padres y su reciente novio afroamericano. Este último, acostumbrado a la discriminación e incomodidad del estamento blanco de la sociedad, es introducido en un nuevo contexto aparentemente inocuo y progresista e incluso no advierte comportamientos extraños de sus suegros y cuñados porque entiende que es parte de su rol como elemento de fascinación racial. Poco a poco las cosas se ponen cada vez más extrañas en esta casa familiar y el título del film se hace cada vez más evidente. Desde el vamos tenemos una trama accesible pero con un giro temático que funciona a favor del desarrollo de la historia, El subtexto está ahí claro para que se entienda e incluso el espectador debe comprenderlo para seguir los acontecimientos posteriores. Ácida y efectiva: El segundo aspecto donde entra en juego este mencionado equilibrio es en el tono. Peele sabe muy bien que hay una relación evidente entre el terror y la comedia, como dos fuerzas que oscilan constantemente. La risa es uno de los mecanismos frente al horror y me animaría a decir que toda buena película del género no se termina por tomar 100 % en serio. El humor aquí rodea constantemente los eventos de la trama pero no los arruina ni deja sin efecto la tensión del suspense. El director (y también guionista) la “clava en el ángulo” con el tono, es una de las principales razones por la cuál ¡Huye! es entretenida y fluida de principio a fin. Por último, el balance en las interpretaciones, con un estoico realismo a pesar de lo rídiculo y exagerado de los eventos, aspira a que el espectador se mantenga involucrado en la sátira sin denunciarla en ningún momento. En otras palabras, lo que Peele logró es un casi perfecto engranaje en el que participan la sátira, el suspenso, la acción, el humor y la crítica social. Todo con un objetivo en mente: mantener al receptor inmerso en el film. El engranaje es casi perfecto porque a fin de crear este efecto de accesibilidad, Peele otorga en bandeja la denuncia social y se lo da masticado y “en cuchara” al espectador. Posiblemente, el debate racial también haya sido uno de las razones por la cuál el film se ha mantenido en boca de todos desde su estreno en el gigante del norte. Conclusión: ¡Huye! es un film altamente entretenido y logrado en casi todos sus aspectos. Sin embargo, deja escapar la oportunidad de elevarse por sobre la media al tener demasiado en cuenta al público.
Acción patriótica. Los atentados terroristas en suelo norteamericano, cada vez más comunes desde inicios de este siglo, tienen la particularidad de estar dirigidos a centros neurálgicos y profundamente emotivos para ese país. La construcción del orgullo americano se funda en gran parte a través de símbolos y tradiciones; es por ello que la masacre atestiguada por los ciudadanos de Boston durante la histórica maratón de la ciudad, y (peor aún) durante la festividad del “Día del Patriota”, no solo tuvo su costo en sangre sino que también golpeó muy fuerte a la cada vez más frágil identidad estadounidense. Día del atentado es en buena medida un film que busca resaltar la aparente indestructibilidad del espíritu yankee a través de una narración anclada en personajes básicamente perfectos y moralmente intachables. Basta con leer el título original (Patriot’s Day, es decir, Día del Patriota) y la flamante bandera del poster para entender que el patriotismo y la cursilería no van a faltar en el metraje dirigido por Peter Berg, cineasta que ya ha entregado dos cintas con la misma impronta como El sobreviviente (desastre militar) y Horizonte Profundo (desastre petrolero). Las producciones de Berg tienen dos costados, por un lado, el que resalta lo bueno que es ser yankee, y por el otro, el que entrega escenas de acción espectaculares con un trabajo impresionante de sonido y FXs. Le faltaba un día para retirarse: Día del atentado presenta a una variedad de personajes involucrados de manera fortuita o intencional antes, durante y después del ataque. Berg utiliza el hecho de la masacre como un momento bisagra en la vida de los protagonistas, nos muestra sus impecables y envidiables rutinas dentro de la ciudad. Es una representación idílica donde hasta los propios terroristas parecen vivir sin preocupaciones en un mundo privilegiado. La prolijidad del relato no alcanza para anular lo trillado que resultan estas introducciones, y parecen un recurso inserto con el fin de buscar empatía con victimas, heridos y agentes de seguridad varios. Wahlberg, protagonista y productor, se exhibe a si mismo como el eslabón más débil de un reparto impresionante que incluye a unos correctos pero desperdiciados John Goodman, J.K.Simmons y Kevin Bacon. La película deja en evidencia que la especialidad del director está en el terreno del thriller y la acción realista, estética que puso en boga Paul Greengrass hace casi una década. Tanto la reproducción del atentado como la operación de inteligencia posterior, es realizada con un notable cuidado por el suspenso, ritmo dramático y espectáculo visual. La tensión aumenta y se mantiene durante la segunda mitad del metraje, hasta que finalmente Berg decide destruirla con una hermosa alegoría de cómo podemos volver a vivir seguros y orgullosos en los Estados Unidos de América. Conclusión: Día del atentado en definitiva es una buena película de acción atrapada en una vacía y cursi oda a las instituciones norteamericanas.
Si es surcoreano, es bueno. No les voy a mentir, no tengo una explicación lógica, pero desde hace por lo menos cinco años tengo la seguridad de que si voy a ver una película coreana, esta va a ser de buena a excelente. No me interesa saber quien es el director, ni siquiera me gasto en leer la sinopsis; la regla nunca falla, el 100 % de las veces me voy contento de la sala. Nunca estuve tan seguro de algo en mi vida, tal es así, que si voy a un festival lo primero que hago es sacar las entradas para todos los films que provengan del país originario del supermercado de mi cuadra. Si pudiera, le preguntaría al cajero del super – mientras compro una soda de tercera línea – como hicieron para reformular el cine de monstruos con The Host, o el de zombies con Train to Busan, o de donde sacan ideas tan retorcidas Kim Ki Duk o Park-Chan Wook. Digo “si pudiera”, porque cuando uno ve films como En Presencia del Diablo, no puede creer la enfermedad mental (con toda la intencionalidad positiva que pueda tener esta frase) que tienen estos tipos en la cabeza, Yo hasta la cola Manaos me animó, pero ya preguntarles por el final de Oldboy es demasiado En presencia de una genialidad: La hago corta, no les voy a contar de qué la va En Presencia del Diablo, para eso pueden leer la sinopsis más abajo, pero sí les voy a explicar porque es un peliculón; y no, no me pagó la embajada coreana. Es un peliculón porque: presenta al policía más inútil, incompetente, pusilánime y patético desde el Jefe Gorgori y lo convierte en uno de los protagonistas más ricos, queribles y complejos de que los tenga memoria en el cine moderno. Porque hace referencia al cine occidental pero tiene la valentía para darlo vuelta y dejarlo en ridículo frente al terror oriental, porque te hace una analogía política pero no te la refriega en la cara cada dos minutos, porque se acuerda que el humor también existe en el género, porque aprecia el silencio y evita el susto fácil, porque pone al espectador en inferioridad de condiciones constantemente, porque ya era hora que los niños inocentes vuelvan a ser antagonistas, porque no hay nada más horroroso que un hombre adulto japonés en pañales y finalmente, porque hace que un metraje de dos horas y media se pase volando. Conclusión: En Presencia del Diablo es un mimo para cualquier amante del terror, y por sobre todas las cosas, para todo cinéfilo cínico y cansado con las decepciones constantes. A usted le digo, señor que añora el cine americano de los 70s, a usted que extraña el cine francés de los 60s, que ama el cine ponja y se miró toda la saga de Ringu y después mintió cuando le preguntaron si fue a ver La Llamada 3. Sí, a usted, el mensaje es claro y viene de Corea del Sur: Hay esperanza, crea en el poder del cine y será renovado.
Estamos viejos. Pasaron dos décadas y Mark Renton (Ewan McGregor) vuelve a su patria escocesa luego de una larga estadía en Amsterdam. Ahora es un burgués más; con una esposa, hijo y pasión por el running. Subido al tren de la nostalgia, recorre aquellos lugares de sus años como adicto hasta encontrar a su viejos amigos, Spud (Ewen Bremner) y Sick Boy (Jonny Lee Miller). Renton descubre que ninguno de los dos pudo escapar de sus vicios, el primero es incapaz de criar a su hijo y el segundo se dedica a extorsionar a millonarios sodomitas. Por otro lado, Begbie (Robert Carlyle) pasa sus días en la cárcel soñando con vengarse de la traición de Mark. El tiempo por fin los ha alcanzado y ahora es momento de saldar cuentas pendientes. Trainspotting es lo que algunos podrían llamar “un rayo en una botella”. Es decir, uno de esos casos excepcionales donde factores de diversa índole se condesan de manera especial y se captura a la perfección la esencia de un momento irrepetible. Esto no se da únicamente por la virtud de un artista, sino que responde también a una serie de elementos culturales y socio-históricos que exceden a la obra y logran otorgarle un mayor impacto. En la década donde la moral era otro slogan más para el consumismo camuflado, Renton y Sick Boy se convirtieron en voceros sin ningún tipo de pretensión intelectual, ni política; solo querían drogarse y escuchar a Iggy Pop. Ellos nos mostraban que ya no era posible identificarse con ningún tipo de valor, ni ideología; y que si es necesario usar un narcótico, que al menos sea el más placentero y nocivo de todos. Básicamente, el segundo film de Danny Boyle era una película sobre la juventud y su rol en el mundo; era una película realizada por jóvenes y para jóvenes. Por esta razón, Trainspotting 2 resulta una experiencia algo deprimente para ver, una secuela sobre la vejez; hecha por gente vieja y para viejos. La sensación sería similar a cuando un grupo de sexagenarios reúne su antigua banda de punk para tocar los fines de semana. Volver con la frente marchita: Incluso en esta actualidad de reboots y secuelas, Trainspotting 2 se erige como una de las continuaciones más inesperadas e improbables de la que se tenga recuerdo. Durante años, McGregor y Boyle se mostraron reticentes a la idea, e incluso el director resaltó la mediocridad de Porno, la novela en la que se basa ligeramente esta película. Pese a tener un final abierto, el primer film cerraba perfectamente el círculo narrativo de los personajes y no hacía más que reafirmar el concepto nihilista del guión. Más allá de lo monetario, algo que Boyle evidentemente no necesita a esta altura de su carrera, hay una razón extremadamente personal detrás de la realización de este proyecto y se puede palpar a lo largo de todo el metraje. De alguna manera, esta película representa una retrospectiva de un director sobre su propia carrera y su lugar en la industria hoy en día, pero también puede resultar como un comentario sobre los cambios, la madurez y la nostalgia. Lo que el cineasta y Renton realmente se preguntan es si las cosas cambiaron o si todo sigue igual pero mucho peor. Si bien Boyle ha mantenido y desarrollado durante años un estilo frenético y fotográficamente virtuoso, en esta ocasión lo que prima en su estética es la cita directa a los recursos del primer film: alegorías visuales, secuencias musicales, montaje paralelo, luces estroboscópicas. Y no es que no funcione, pero uno de los grandes alicientes de Trainspotting siempre fue su frescura y originalidad, como la sobredosis al ritmo de Lou Reed o un neonato girando la cabeza como Linda Blair. Esas imágenes quedaron pegadas en la retina de más de un espectador porque eran nuevas y no autoreferenciales. Con esto no quiero decir que Boyle no se haya inspirado en obras previas, sino que antes supo brindar una propia impronta y eso quedó en la memoria cinéfila de más de uno. Casi no hay imágenes nuevas en Trainspotting 2, en su mayoría son imágenes presentadas a modo de recuerdo y reflexión de los protagonistas. Y esto es una dificultad inherente a la naturaleza de este film: si la búsqueda es un mayor desarrollo de los personajes, no pueden eludirse ciertas explicaciones y referencias a momentos previos. Esto último me hace preguntar sobre la necesidad de hacer esta secuela. Es decir, si desde el vamos sabemos que hay un problema, el cuál supondrá una menor calidad de la obra, ¿para qué realizar una segunda parte?. Aquí podemos entrar en terreno de conjeturas, pero al final de la cinta, uno entiende que Boyle quería decir algo y solo era posible a través de estos personajes. Nihilismo y redención: Trainspotting 2 es sobre un grupo de personas viviendo en un limbo generacional. No han dejado el pasado y no han hecho nada con su futuro. El giro reside en que ese grupo de amigos que no tenía valores en una sociedad de significados impuestos, ahora busca significados en una sociedad que ya ni siquiera se molesta por buscarlos. El mundo se adaptó ellos y ahora ya ni pueden conservar esa pizca de identidad. Es así que a través del metraje encontramos a los protagonistas con mayores aristas e incluso esperanza de redención. Lo verdaderamente contestatario, entonces, al fin y al cabo, es buscar valores en este contexto nihilista. La película es consciente de si misma, sabe que una secuela es un producto de la nostalgia y juega con ello hasta hacerlo explícito en la propia trama. Este es un gran acierto pero que se ve contrarrestado por un exceso de flashbacks e incluso re-narraciones de escenas que ya vimos. Algo que parece innecesario cuando vemos que algunas de las ideas “nuevas” que se introducen en la película funcionan de gran manera. Conclusión: Trainspotting 2 es una buena película, con escenas geniales e ideas más que interesantes, pero que solo existe como nota al pie de una predecesora muy superior. Una secuela realizada con pericia e imaginación pero que no llega a justificar su existencia.
El nuevo oeste Sin nada que perder (Hell or High Water es su título original) nos cuenta la historia de los hermanos Toby (Chris Pine) y Tanner Howard (Ben Foster), que con el fin de salvar la granja familiar, emprenden un raid delictivo por los pequeños y desiertos pueblos del sur de norteamerica. Luego de asaltar el banco que los está dejando desahuaciados, la voz se empieza a correr y el encargado de detenerlos será el avejentado Marcus Hamilton (Jeff Bridges). Un duelo que va mucho más allá de lo generacional e ideológico. El cine western ya casi que tenía su certificado de defunción hacia finales de siglo XX y no pocos eran los que añoraban el regreso de uno de los géneros más prolíficos de Hollywood. En épocas de bullet time y anillos de Mordor, el retorno del cowboy parecía prácticamente imposible, sin embargo una nueva ola de realizadores lo ha traído de vuelta a través del revisionismo y la deconstrucción. Más allá de su popularidad y aparente simpleza argumental, las aventuras en el far west suelen ser plataformas metafóricas para denunciar o al menos discutir el estado contemporáneo de la sociedad americana. En los pueblos del western, sociedades religiosas y conservadoras, se cuestiona a la ley y los individuos deben tomar decisiones a contramano de su rígida moral. A la hora señalada de Fred Zinnemann y Sin lugar para los débiles de los Coen son parte de este particular grupo del que ahora también formará parte Sin nada que perder La crisis causó un nuevo western: Los hermanos Howard son una pareja nacida en la misma fábrica que Bonnie y Clyde, moralmente ambiguos y simpáticos para el habitual lector de policiales. Pero el atractivo de Tanner y Tobby no se queda sólo en el carisma y la “amabilidad” en el trato a sus víctimas, sino que apunta al descontento general del ciudadano promedio de Estados Unidos. Esa persona que quedó sin trabajo y sin un techo gracias a los negocios especulativos del sector financiero. El sistema en el que antes confiaban y que había fundado su país se cayó a pedazos y en este contexto la ley pierde sentido, porque sólo sirve para echarlos de sus casas. Ni siquiera la idea de pertenencia del americano de pura cepa sobrevive en este western. En el lado de los que se suponen son los buenos, esos que siempre habían alejado a los invasores, ahora están los mexicanos y los comanches. La tortilla se dio vuelta en el far west, ese sería el concepto con el que juega y retruca una y otra vez efectivamente este film. Sin nada que perder es un film sumamente destacable en todos sus aspectos. En primer lugar, Taylor Sheridan nos vuelve a entregar otro guión brillante, que al igual que su trabajo previo Sicario, sabe condensar solidez argumental con diálogos sagaces y profundos. En segundo lugar, hay un gran trabajo de dirección por parte de David Mckenzie, brindando dinamismo y suspense pero también dejando los tiempos necesarios para que se desarrollen momentos más reflexivos. McKenzie también logra un muy buen trabajo en lo que respecta a la dirección, por fin alguien puede explotar debidamente ese diamante en bruto que es Ben Foster. Párrafo aparte para el gigante Jeff Bridges, que ya es un experto en interpretar a viejos cowboys abatidos. Por último, no hay que olvidar el genial tema original del film compuesto por Nick Cave y, su usual compañero de los Bad Seeds, Warren Ellis (este no escribe comics) que funciona como una apertura inmejorable Conclusión: Sin nada que perder es un film tremendamente logrado y que seguramente se posicionará como uno de los platos fuertes en la temporada de premios de 2017.
Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo… En una primera instancia, es imposible ver Vapor sin pensar en el modelo argumental de Antes del Amanecer de Richard Linklater (y por supuesto, la legendaria Un Buen Día). Es decir, un chico y una chica deambulan por una ciudad durante toda la noche y en el ínterin transcurren extensas charlas sobre diversos tópicos hasta que ulteriormente la pareja debe separarse. Sin embargo, al pasar los primeros minutos del metraje, se hace cada vez más palpable la distancia que quiere mantener Mariano Goldgrob de la obra de Linklater. Esta no es una película de locaciones idealizadas listas para ser visitadas por el turista de turno, es un relato que muestra el costado de Buenos Aires que el transeunte suele frecuentar. Paredes graffiteadas, subtes sin aire acondicionado, bares muertos con birra barata; ese el espacio donde sus dos protagonistas deciden moverse y camuflarse. Vapor no contiene una trama de grandes eventos ni vueltas de tuerca, sino que hace foco en pequeños momentos y expresiones. Su eje principal son las interpretaciones de Julia Martinez Rubio y Julián Calviño; dos viejos amantes treintañeros que vagan toda la noche recordando y compartiendo nostalgia, anhelos y miedos varios. La dupla es esencial para el sustento del relato y si no fuera por su gran trabajo actoral, llena de sutilezas gestuales, la cinta no podría funcionar bajo ningún aspecto. El ser y la nada: Con cámaras que persiguen a los personajes de espaldas y se entrometen en las cercanías de sus rostros, Goldgrob apunta a una estética realista, casi documental (cabe mencionar que ya ha dirigido dos: Mono y ¿Que sois ahora?). Una impronta asfixiante que tiene como objetivo compartir el calor – literal y metafórico – que experimentan los personajes en su paseo nocturno. El director y guionista únicamente suspende el realismo para presentar pequeñas secuencias musicales en karaokes imposibles o paseos en Ford Falcon que podrían rotularse como herencia estílistica del llamado Nuevo Cine Argentino. Sin embargo, ya hacía el final, da la sensación de que había mucha más tela para cortar entre la pareja protagonista. Los diálogos son deliberadamente triviales en su mayoría y pese a que son expuestos con soltura, éstos evaden varios de los puntos más fuertes e interesantes de la relación. Por otro lado, la naturaleza de dicho vínculo quizás representa el estado emocional de una franja etaria específica de la fauna porteña cada vez más presente en el cine nacional. Conclusión : Vapor es una película que no se queda sólo en los manierismos típicos del cine contemporáneo independiente y sale a flote gracias a muy buenas performances y un gran trabajo de dirección.
Melodrama milenial. Es sólo el fin del mundo es una adaptación de la obra teatral de Jean-Luc Lagarce y cuenta la historia de un escritor, que tras enterase que sufre de un enfermedad terminal, decide reecontrarse con su familia luego de 12 años. Su regreso no pasará desapercibido y abrirá las viejas heridas que parecían ocultas en su disfuncional seno familiar. Sin duda alguna, el franco canadiense Xavier Dolan (Mommy) es uno de los talentos más prodigiosos que ha dado el cine en la última década. Con tan solo 27 años, este director oriundo de Montreal, ya cuenta con siete laureados largometrajes en su haber. Sus obras se destacan por su gran dirección de actores y una impronta muy cercana al videoclip. No hay puntos medios con Dolan, se lo odia o se lo ama, pero como reza la prestigiosa cita del cartel: “no deja indiferente”. Es sólo el fin del mundo podría definirse claramente como un melodrama, uno de esos culebrones donde los protagonistas hablan y reaccionan de una manera sólo posible en la ficción. El director juega con ello y crea la expectativa en torno con alguna gran confesión o calamidad, como si fuera una zanahoria a la cual no puede alcanzar. Dolan construye el argumento a partir del concepto de la exasperación; poco a poco establece un espacio donde el clima se hace inaguantable hasta asfixiar al espectador. La atmósfera opresiva se edifica a partir de una puesta reducida, planos cerrados y tensión generada en la interacción de los personajes Escapar al teatro: Louis-Jean Knipper, el protagonista interpretado por Gaspard Ulliel, es el polo gravitacional en donde giran su madre (Nathalie Baye), su hermano mayor (Vincent Cassel), su cuñada (Marion Cotillard) y su hermana menor (Léa Seydoux). El personaje toma el lugar del espectador y a través de él vivimos el desastre emocional que envuelve a su familia. El trabajo de Ulliel es contenido y silencioso en contraposición al histrionismo de sus pares. Podría decir que la sinergia de los actores es el mayor logro del film, pese a que no todos están al mismo nivel (sobre todo Cotillard). Por otro lado, Dolan expone una serie de técnicas cinematográficas que aspiran a separarse del lenguaje teatral pero caen en el cliché y son insertadas injustificadamente. Flashbacks y secuencias musicales son introducidas sin demasiado criterio y están allí sólo para escindirse de la impronta escénica que podemos ver en una obra de teatro. Para este propósito, el único elemento inteligentemente utilizado por el director es el primer plano, dispuestos con la clara intención de aumentar la tensión y atosigar al receptor. Conclusión: Es sólo el fin del mundo es un film que funciona conceptualmente pero fallido en varios aspectos de su ejecución. Algunos amarán su intensidad y a otros se les tornará insoportable, pero puedo asegurar nadie quedará indiferente.
Todos los blockbusters buscan llegar a la mayor cantidad de público posible y obviamente éste objetivo aumenta cuando se trata del mercado infantil. En alguna medida, todas las películas animadas de los grandes estudios tienen como prioridad vender merchandising; ni Pixar que supuestamente es la más prestigiosa de estas empresas se salva de la práctica -el ejemplo perfecto es Cars y sus secuelas-. Pero hay que decir que el campeón del mundo en venta de juguetes y comercialización burda es Illumination Studios. Cuando uno ve sus productos no puede evitar pensar que se juntaron cinco ejecutivos en una mesa redonda mirando la gráfica de un estudio de mercado para ver que película hacían. La idea para Sing ¡Ven y Canta! evidentemente salió de estos meetings, no se la jugaron demasiado: animalitos vestidos que hablan y realitys de música con canciones archireconocidas. Y siendo honesto, debo decir, que de alguna manera este producto….¡funciona!. Un koala simil George Constanza (Matthew McConaughey) quiere revivir la gloria perdida del viejo teatro de su padre y para ello organiza un concurso de canto que premia al ganador con unos falsos 100 mil dolares. Con esta premisa veremos animales de todo tipo interpretando un amplío repertorio que va desde Nicki Minaj hasta Dave Brubeck, y bueno, no hay mucho más que eso. Los participantes principales son un gorila gangster (Taron Egerton), una cerdita ama de casa (Reese Witherspoon), un ratón crooner (Seth MacFarlane) que tiene acento porteño -porque rendía en la gráfica- , un erizo rockero (Scarlett Johansson) y una elefante tímida que esconde un gran talento (Tori Kelly). El Carnaval de los Animales: El film tiene dos aspectos realmente llamativos: por un lado, la performance vocal de algunos de los actores es realmente muy buena y si uno no supiera sobre el reparto jamás se daría cuenta que son ellos los que cantan (más en una versión doblada). Segundo, la cantidad de derechos que compraron para el soundtrack es impresionante, hay fácil más de 30 hits contemporáneos y clásicos. Cat Stevens, Coltrane, Beatles, Queen, Sinatra, Puccini, Stevie Wonder, Elton John, Jack White, la lista sigue y sigue. La gran mayoría de los temas solo duran unos segundos y no saturan, sin embargo la trama y los chistes son tan escuetos que uno desearía escuchar un poco más la música. Podríamos hasta decir que hay por lo menos 100 minutos que sobran y que lo que paga la entrada es el final a todo trapo con grandes versiones de Seth McFarlane y Taron Egerton. No solo están muy bien en las ejecuciones, sino que los realizadores tuvieron suficiente ingenio para integrarlas de manera divertida e interesante, no solo como pirotecnia vacía. Conclusión: Sing ¡Ven y Canta! no es un producto que se destaque por su historia ni por su humor, pero es un entretenimiento pasable con algunos muy buenas secuencias musicales.
La verdad está ahí afuera. La obra de Werner Herzog podría subsumirse a una simple frase de su autoría: “me interesan las verdades no los hechos”. Para este artista existe tanta veracidad en un documental como en un largometraje de ficción. El director germano suele embelesar o directamente inventar testimonios y hechos con tal de buscar aquello que esconde la aparente realidad. Algunos podrán argumentar, con cierta razón, que es contradictorio y éticamente cuestionable; pero si hay algo que nunca hará un largometraje de Herzog, es dejar indiferente al espectador. Lo and Behold… trata principalmente sobre la Internet, una creación artificial; sin embargo, el cineasta alemán decide otorgarle un tratamiento similar a los imponentes volcanes que supo documentar para Netflix en Into the Inferno. Es decir, la Internet como una fuerza perturbadora y al mismo tiempo fascinante que el hombre no puede controlar. A Herzog le interesa comprender el espíritu del ser humano frente a los acontecimientos abrumadores e inexplicables del mundo, como si la información fuese una deidad, un ser místico con la capacidad de bendecirnos y destruirnos al mismo tiempo. El futuro llegó hace rato: Herzog no se cierra a un entendimiento pesimista sobre la tecnología, sino que intenta abarcar todos sus aspectos: su origen, su razón de ser y sus consecuencias. Por un lado nos muestra como un videojuego online puede curar el cáncer y por otro como la visualización del morbo puede manifestar la peor faceta de la humanidad. Lo and Behold… es un documental que oscila entre lo útopico y distopico constantemente, excede su naturaleza informativa hasta convertirse en una película de ciencia ficción sin que el espectador de cuenta de ello. Así es como podemos ver desde un primer mail profético pasando por robots futbolistas hasta llegar a un apocalipsis simil Skynet en Terminator. Fiel a su estilo, el director de Fitzcarraldo suele aprobar los testimonios de sus protagonistas sin demasiada repregunta y deja los espacios suficientes para que el receptor juzgue por si mismo el grado de verosimilitud. Los silencios, los cuerpos inmóviles y los imperceptibles gestos de los protagonistas son tan o más importantes que la temática en sí. A Herzog no le importa demasiado la veracidad, lo principal es el relato y como la persona se posiciona en el mismo. Como funciona el humano en un mundo ficcional, ya sea propio o ajeno. Da lo mismo que la enfermedad por la radiación electromagnética sea una patología física o una invención psicosomática, al fin y al cabo es una reacción frente al universo que se construye alrededor de los entrevistados. La pregunta que se mantiene a través de todo el metraje no es ¿por qué tenemos Internet? sino ¿para qué necesitamos Internet?. Conclusión: Lo and Behold: Ensueños de un mundo conectado es uno de los mejores y más interesantes documentales que ha realizado Werner Herzog en esta última década. Un film que se pregunta la esencia misma del ser humano.
Hippies sin Osde. Ben Cash (Viggo Mortensen) vive junto a sus hijos e hijas en una paradisíaca pero hostil locación completamente alejada de la sociedad. Allí intenta criar y educar a sus vástagos con valores y parámetros completamente opuestos a la doctrina capitalista moderna. Los niños cazan, cosechan, analizan novelas clásicas y celebran el nacimiento de Noam Chomsky como si fuera Navidad. El estilo de vida de la familia Cash fue inicialmente acordado por Ben y su pareja Leslie, pero cuando esta última abandona el hogar por una enfermedad mental, los cimientos ideológicos que parecían tan sólidos paulatinamente empiezan a resquebrajarse. Capitán Fantástico posee elementos que podrían convertirla en una película terriblemente dramática pero Matt Ross, director y guionista del film, se las ingenia para inyectar la dosis justa de humor para alivianar el relato. Ross establece un ritmo muy fluido y dinámico con un tono luminoso de road movie, lo cual crea una cinta muy amena y entretenida para ver. El pibe Mortensen: Con una historia sobre el choque de mundos e ideologías, la película tranquilamente pudo haberse tornado en una crítica unilateral y adolescente sobre el capitalismo, sin embargo este no fue el caso y Ross se encargó de construir personajes ambiguos y tridimensionales. No hay héroes, ni villanos, cada uno de ellos posee un argumento perfectamente comprensible y lógico desde su lugar de acción. En este sentido también hay que destacar las muy buenas actuaciones de Viggo Mortensen (con termo de San Lorenzo incluido) y Frank Langella representando los dos polos antagónicos en términos políticos. Junto a la relación del protagonistas con sus hijos e hijas, el tandem Mortensen-Langella es uno de los puntos más altos de la película. Ya hacia el final, en un intento innecesario de edulcoración, Ross inserta sin demasiada coherencia un momento “musical” que a más de uno puede provocarle algo de vergüenza ajena Conclusión: Capitán Fantástico no es un film perfecto, pero que cuenta con un argumento fluido e interesante sustentado mayormente por el talento de sus interpretes.