Steven Spielberg. El gran mago. El creador de universos de fantasía está de vuelta. Uno no puede sino inclinarse ante el poder creativo del artista. ¿Por qué poner a quien hemos admirado por décadas en la picota del análisis a ultranza? Supongamos que tomamos la filmografía completa de Steven Spielberg como director y elegimos un costado común a la mayoría de sus personajes principales. Supongamos la rebeldía como nexo. La de los dinosaurios a la tecnología, la de un ictiólogo al turismo, la de un enamorado a la muerte, la de un robot a la inteligencia humana, la de un arqueólogo a la historia, la de un extraterrestre a su curiosidad. o la de un presidente a los mandatos económicos… Encajaría perfecto un gigante de cuentos rebelado a tener que comerse a los chicos. Precisamente sobre éste libro escrito por Roald Dahl (el mismo de “Matilda” y “Charlie y la fábrica de chocolate”) se basa la última producción de uno de los grandes realizadores de todos los tiempos.
De acuerdo a lo leído en el libro, “El buen amigo gigante” es la historia de BAG (Michael Rylance, ganador del Oscar a mejor actor de reparto este año por “Puente de espías”), un gigante cazador de sueños que se entretiene repartiéndolos entre los chicos para hacerlos felices mientras duermen. Al ser descubierto una noche por una niña residente en un orfanato, la historia da un giro y Sophie (Ruby Barnhill) es llevada a la tierra de los gigantes. Más precisamente nueve gigantes que sí cumplen con los mandatos de cuentos infantiles y son carnívoros con nombres pintorescos. Si hubiese que buscar una fibra más íntima del relato hablamos de dos seres que se juntan bajo el mismo padecimiento de habitar un mundo que no los comprende, los excluye y por oposición no los incluye. De alguna manera, la necesidad los une.
Es extraño ver una fantasía del director de “Lincoln” (2012) que prescinde del factor de la intriga. De la generación de expectativa en el espectador: “Tiburón” (1975), “Jurassic Park” (1993), “E.T.” (1982). Todos sabíamos que íbamos a ver un alien, un escualo o un dinosaurio. El punto era cómo llegábamos a ese momento. Con su habitual habilidad narrativa podían ser varios los minutos hasta que aparecía el elemento fantástico o catalizador de la acción dramática y mientras tanto, entre la falta de conciencia del peligro acechante y la dosificación de la información, la ansiedad iba in crescendo y nunca la obra entera dejaba de lado su costado reflexivo.
BAG aparece en los primeros cinco minutos muy bien construidos. Luego, habrá unos cuarenta de presentación del personaje y de diálogos que intentan, desde una postura casi naif, que el gigante y la niña se entiendan, se lleven bien. Hay dos inconvenientes en el guión. El primero, es una llamativa ausencia de conflicto. Ella podría quedarse a vivir allí o él devolverla y nada cambiaría demasiado. Esta ausencia está potenciada por una sensación de indecisión.
¿Quién protagoniza esta película? Es más, desde su forma, ¿a qué público están apuntando? En el libro está claro, aquí no tanto. Más allá del deslumbrante universo estético propuesto por el habitual equipo de Spielberg, incluyendo a John Williams en la música, Michael Kahn en la edición, y la estupenda fotografía de Janusz Kaminski,
“El buen amigo gigante” tarda en despegar por las razones expuestas anteriormente. Se hace larga. O al menos, desde lo que su apellido genera, uno no está acostumbrado a este tipo de pulso narrativo. En connotación con ese ritmo están los trabajos del elenco. Hay un registro casi teatral en el timing de los diálogos. Como si estuviese filmada en la década del 40, o al menos ese parece ser el tipo de registro buscado, tal vez por la enorme cantidad de horas en las cuales tanto Mark Rylance como Ruby Barnhill habrán tenido que convivir con el croma y con la dirección de miradas, más que con el vínculo actoral.
En la última media hora, es decir toda la secuencia del palacio real, aparece el punto máximo de combinación de fantasía, humor y acción en dosis tan distintas a los minutos previos que hasta podría ser un mediometraje en sí mismo.
La magia sigue intacta. Algo errática tal vez, pero es Steven Spielberg. Siempre queda algo.