Para los niños del cine clásico.
Desde hace al menos una década, la obra de Roald Dahl empezó a utilizarse nuevamente como materia prima en el séptimo arte, entre las diferentes transposiciones se encuentra la nueva versión de Charlie y la Fábrica de Chocolate (2005), El Fantástico Sr. Fox (2009), esta última en formato stop motion, y algunas otras. De la misma manera que los directores de aquellos films, Steven Spielberg toma del cuento de Dahl la premisa y el espíritu autoral del inglés para luego incorporarle los rasgos que lo definen. El Buen Amigo Gigante (The BFG, 2016) es una historia apropiada para el universo spielbergiano porque trata sobre seres solitarios, dejados al margen. Por lo que no es casual que la encargada de la transposición sea Melissa Mathison, la guionista de E.T. El Extraterrestre, una película con la que El Buen Amigo Gigante guarda muchas similitudes temáticas. Sophie es una huérfana noctámbula que despierta cuando en el orfanato todos duermen y que sigue las reglas de un cuento. Cuando una de ellas se rompe aparece un gigante que la rapta, llevándola hasta la Tierra de los Gigantes. BFG, un personaje de 10 metros que vive “desde que tiene memoria”, rápidamente simpatizará con Sophie porque entre ambos hay más rasgos en común que diferencias.
La gran virtud de Spielberg está en narrar esta historia utilizando una dinámica que hoy podría entenderse como aletargada o cansina, sin los efectismos formales usados como parches de un guión, especialmente por nutrir la película -casi de manera exclusiva- con la relación entre Sophie y BFG, y es ahí donde radica la fortaleza de la propuesta. La película, al tener un núcleo basado en un vínculo que se construye a partir del encadenamiento de situaciones, poco necesita de una acción hiperbólica. Es así que las pocas secuencias de acción surgen para romper la sensación de falsa teatralidad y poco ayudan a resolver el conflicto de la historia. Hacia el final, el encuentro de ambos personajes con la Reina Isabel provee momentos de una comicidad casi inexistente en el cine de Spielberg (recordemos la fallida 1941), a su vez la esencia del género está omnipresente en BFG, un personaje que tiene una especie de vocabulario propio (una razón más para ver esta película en un cine con una copia subtitulada).
Spielberg regresa al relato infantil más clásico, a ese mundo que conoce muy bien sobre la soledad en la niñez, ensamblado a un modo de narrar que hoy está disminuido. Por eso no es de extrañar que todo su equipo técnico pertenezca a su núcleo duro, desde su editor Michael Kahn hasta John Williams, que regresa luego de haber dejado su lugar a Thomas Newman en la brillante Puente de Espías, el film anterior del director. Tal como ha sucedido con otras transposiciones de textos de Dahl al cine, aquí estamos en presencia de un cuento dirigido a los niños que, por sus elementos formales y narrativos, tiene más posibilidades de ser asimilado por un público más adulto, mejor dicho entrenado en el relato clásico de los cuentos cinematográficos infantiles.