En su por demás extensa y prolífica carrera, Steven Spielberg ha sabido saborear en muchos más casos las mieles del éxito que la amargura del fracaso. Siempre coqueteando con la ciencia ficción, el drama y el cine de aventuras de manera pareja, en esta oportunidad se centra en una historia dedicada a los más pequeños, con una tarea semejante a lo realizado en la reciente Tintín.
Desde las primera imágenes podemos notar la mano del realizador con encuadres, planos y una puesta en escena cuidada obsesivamente hasta el más mínimo detalle. El diseño de producción de Mi buen amigo gigante sorprendería al mismo Roald Dahl. Sin embargo, el ritmo que lleva el relato podría distraerlo un poco, y más aun si estuviera acompañado por niños. Este Londres de ensueño sumergido en el espíritu fantástico del genial autor de obras como Charlie y fábrica de Chocolate y Matilda, alza demasiado las expectativas para una historia que no se sabe sostener.
El subtexto de la inusual amistad entre un gigante y una niña resulta apenas un intento de arañar la superficie de lo logrado en E.T. Los ingredientes son los correctos pero la fusión final es lo que no termina de convencer.
Mi buen amigo gigante resulta tan solo un film pasajero dentro de la filmografía de uno de los realizadores más influyentes y relevantes de la historia del cine. La propuesta es un viaje de imaginación y aventuras, limpio y espectacular en su sencillez narrativa. Un simple pero atractivo cuento infantil narrado por Spielberg.