El buen amigo gigante

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

SPIELBERG ENFRENTA SUS MIEDOS Y DUDAS

1-Lo hemos dicho antes, pero no viene mal repetirlo: Steven Spielberg es, primero que nada, un cineasta del movimiento, alguien que logra las mayores proezas a partir de avanzar de forma incesante, casi sin pensar. Cuando se detiene y empieza un ejercicio reflexivo (particularmente a nivel contenidista) es cuando su cine entra en crisis. Por eso El buen amigo gigante es posiblemente su película más problemática del nuevo milenio, incluso más que Munich, donde en un diálogo se reflexionaba sobre las implicancias del movimiento y su influencia ética en las acciones.

2-Hay un factor extra que lleva a que El buen amigo gigante sea difícil de asimilar, y es que todo hacía pensar en que iba a ser un film muy “spielbergiano”, porque todos los tópicos posibles que definen al director y su filmografía estaban ahí: los personajes solitarios que tienen la chance de reparar eso a partir del encuentro con el otro, la pérdida como recuerdo y como amenaza, el descubrimiento como factor de maravilla o temor. Todo está finalmente ahí, pero de una forma diferente, porque el movimiento pasa a desempeñar un papel secundario.

3-Esto quizás esté relacionado con la intervención discursiva de Disney pero especialmente con la pluma de Roald Dahl. Si se analizan las obras del autor y sus adaptaciones al cine, se puede percibir un enorme ingenio y sensibilidad, pero también cierto didactismo y universos un tanto apabullantes que se deglutían a algunos personajes. Eso se nota bastante en Charlie y la fábrica de chocolate (donde los únicos personajes realmente consistentes son Charlie y Willy Wonka) y hasta afecta algunos pasajes de películas como El fantástico Sr. Fox y Matilda. Pero eso sí, esos mundos y narrativas que Dahl configuró son absolutamente maleables, lo cual explica que hayan sido adaptados por directores disímiles como Tim Burton, Wes Anderson y Danny De Vito. Ahora es el turno de Spielberg, quien encuentra en la historia de una niña huérfana que entabla una amistad con un bondadoso gigante la chance de buscar nuevos rumbos en su filmografía. Pero esa ruta emprendida posee unos cuantos baches: lo que funciona es ese vínculo de amor platónico entre la huérfana Sophie y el gigante (notándose la intervención de Melissa Mathison, la guionista de ET-El extraterrestre), mientras que el mundo que los rodea no llega a adquirir la consistencia requerida. Los otros gigantes no pasan del mero esquematismo y su amenaza no alcanza para darle entidad al conflicto que representan, que encima es resuelto de forma abrupta e insatisfactoria. Y eso se debe a que el relato se apoya de forma muy notoria en la palabra y la mirada, pero los diálogos y la contemplación sólo se aplican de la manera requerida en el vínculo entre el dúo protagónico.

4-El giro hacia la palabra y la mirada como nuevos pilares del cine de Spielberg enlazan a El buen amigo gigante con Puente de espías, que será un film totalmente distinto, pero es donde el cineasta empieza a evidenciar un cambio pronunciado en su estilo, aunque ya algo había insinuado en Lincoln. Hay algo más que conecta a ambas películas: son obras que van a contramano de las expectativas no sólo respecto al director, sino incluso al cine actual en su conjunto. ¿Había un público dispuesto a ir a ver un thriller judicial situado en una época difusa como la Guerra Fría? ¿El espectador infantil e incluso el adulto está preparado y dispuesto para un film focalizado esencialmente en sólo dos personajes y que en buena parte de su metraje transcurre en un solo espacio? A Spielberg mucho no parece importarle, la vía que ha tomado implica un ritmo mucho más pausado, casi académico en su puesta en escena.

5-Pero las apariencias pueden ser engañosas. Puente de espías tiene muchos momentos donde la cámara se detiene, pero sólo para apoyarse en lo que mira el personaje de Tom Hanks para crear movimiento, mientras también confía en el seguimiento del protagonista; El buen amigo gigante da la impresión de caer en el estatismo cuando se encierra en la casa del gigante, pero Spielberg no deja de mover la cámara, no por puro exhibicionismo, sino para delinear un espacio que define a los personajes y los lazos que entablan entre ellos. Es decir, Spielberg sigue siendo Spielberg, sigue confiando en el movimiento, pero mucho más enmascarado, porque claro, El buen amigo gigante es una película sobre la palabra, el habla, la lectura, la escritura, la observación. No son casualidad las discusiones que se dan sobre lo idiomático, las secuencias construidas solamente alrededor de lo gestual, que Sophie lea a Dickens o los primeros planos del rostro del gigante. Tampoco son poses o exabruptos. Forman parte de un conjunto de elecciones por parte de Spielberg, que busca un nuevo lenguaje en su cine, aunque en esa búsqueda tropiece unas cuantas veces.

6-¿Y por qué busca un nuevo lenguaje Spielberg? La respuesta es simple y compleja a la vez: porque no es un conformista y en vez de apostar a lo seguro, se tira a la pileta. De ahí que ponga a dialogar su conocimiento ya aceitado del movimiento con esas instancias desafiantes que son la palabra y la mirada, para reflexionar sobre la materialidad de los sueños y sus vasos comunicantes con el cine. Y sí, muchas veces no da en la tecla, cae en pozos narrativos, deja difusos a los personajes. Pero también acierta, por ejemplo, cuando elige a Mark Rylance como el rostro de su nueva etapa. La humanidad y honestidad de Rylance habla también de cómo es Spielberg con lo que cuenta: sincero, sensible, incluso abiertamente imperfecto, como El buen amigo gigante. ¿Se podía esperar algo mejor de su último film? Claro que sí. ¿Es una decepción? Claro que no. Spielberg tiene 70 años, más de 40 de una trayectoria inigualable, y aún así conserva las ganas de hacer cine, y no sólo eso, busca reinventarse, concibiendo un film sobre los miedos y dudas para superar sus propios miedos y dudas. Lo defectuoso aquí se convierte en una buena noticia.