El buen mentiroso

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Difícil adivinar con qué saldrá Bill Condon cada vez que estrena una película. A “Soñadoras” (2006), “Dioses y monstruos” (1998, por la cual ganó el Oscar a mejor guión adaptado) y “Mr. Holmes” (2015) se le oponen una larga lista de productos mediocres, empezando por las dos primeras entregas de la saga “Crepúsculo, Candyman 2” (1995) y todas las producciones de suspenso que dirigió en los ’90, cuando el género era lo más buscado en las bateas de los video clubs. Por supuesto incluimos en “el debe” la remake de “La Bella y la Bestia”, estrenada hace dos años, salvo que se piense que hay mérito en calcar cuadro por cuadro una película que hizo otro. Es decir, el recorrido por su filmografía indica que hay poco material como para salir en defensa del neoyorkino, y claramente el thriller de suspenso es el que peor le sale de manera tal que es un verdadero misterio tratar de entender por qué insiste.

Pero vamos a la introducción de “El buen mentiroso”. Ese momento mágico de éste género, tantas veces descripto y honrado por el maestro Alfred Hitchock y que sirve para enganchar al espectador, instalar el cuadro de situación y presentar al. o a los, personajes centrales de la trama.

El mismo momento que Bill Condon, en el caso de su nuevo opus, se encarga de malograr como hacía el “Mencho” Medina Bello en River Plate cuando le pegaba un fierrazo a la pelota y el público miraba azorado como ésta abandonaba el estadio para siempre. ¿Por qué? Porque en una escena simple, como la del comienzo, que debería haber instalado algo de intriga respecto de los dos protagonistas, el realizador no hace otra cosa que mostrar todas las cartas del mazo. Sin haber empezado el juego, ya sabremos cómo termina.

Roy (Ian McKellen) está conectado a internet a una de esas páginas de “solos y solas” en donde se pregunta y se responde en busca de alguna afinidad. Del otro lado del chat está Betty (Helen Mirren), también interesada en conseguir pareja, y si bien quedan en verse a tal hora y en tal lugar, el espectador atento sabrá algo que no debería y que signará su grado de aburrimiento, desde ese sexto minuto de proyección en adelante: ambos mienten. Así que si el relato está inclinado hacia uno de los dos, el que dará el giro es el otro. Adiós suspenso. Efectivamente, veremos que Roy es un viejito pícaro. ladrón de plan perfecto si se quiere, con puestas en escena al estilo de “Los Simuladores” (la gran serie de Damián Szifrón) pero para realizar estafas, y su próxima víctima es la buena de Betty que sino fuese por Helen Mirren su exceso de amabilidad sería sospechoso.

Pero esto no es todo. A medida que avanza el relato nos vamos dando cuenta que éste, como no podía ser de otra manera al revelar semejante obviedad, se encierra en su propia trampa. Son dos los guionistas y en algún punto se deben haber agarrado a piñas disputándose qué historia contar. En una esquina del ring estuvo Jaffrey Hatcher, en su segunda colaboración con Bill Condon luego de “Mr. Holmes” y autor de varias películas de época y de impronta refinada como “La duquesa” (2008) o “Casanova” (2005). En la otra esquina está Nicholas Searle que antes de ésta película no escribió ni un telegrama. Uno de los dos (imposible pensar que fueron ambos) es responsable de haber escrito, dentro de esta misma trama, y con intención de explicar la motivación de toda la movida que se arma, otra película distinta que nos lleva a la época de la Segunda Guerra y que es peor que lo visto hasta ese momento.

Pese a la buena factura de puesta en escena en tanto, decorados, muebles, vestuario refinado, fotografía de clima de resignación, banda sonora acorde. y por supuesto dos excelsos intérpretes, el realizador jamás logra entablar siquiera un mínimo de intriga. Apenas si puede plasmar algo de empatía hacia sus dos criaturas, aunque luego la derribará por completo al someter a ambos a una de las peores, ridículas e inverosímiles, escenas de pelea jamás filmada. Nada más. Es cierto, hay un buen mentiroso en éste estreno: Estuvo todo el tiempo detrás de la cámara.