"El buen mentiroso": de la comedia negra al melodrama oscuro
Una pareja de actores notables sostiene la trama de esta película que en un momento da un vuelco radical.
Todas las películas de tramposos le asignan al espectador una de dos funciones opuestas: la de cómplice y la de víctima. Esas funciones a veces se relevan en el curso de la trama, como ocurre por ejemplo en Los sospechosos de siempre, y a veces se excluyen mutuamente. Las comedias (El golpe, Dos pícaros sinvergüenzas) tienden a obturar la victimización, operando exclusivamente sobre la complicidad con unos personajes que representan lo que al espectador le gustaría ser, si se animara. En El buen mentiroso no hay victimización y casi tampoco complicidad. No al menos hasta los últimos cinco o diez minutos, cuando el relato de uno de los personajes vuelca por completo la empatía hacia él. En ese punto El buen mentiroso deja de ser comedia, para volverse melodrama. Uno bien espeso.
Si dos actores van a llevar el peso de la película casi en soledad y durante cerca de dos horas, tienen que tener con qué. Helen Mirren e Ian McKellen lo tienen. Y sostienen toda la película, en planos de todos los tamaños. Betty (Mirren) y Roy (McKellen) se conocen, ya en la escena de créditos, en un lugar de citas online. En el primer encuentro cara a cara comparten un par de mentirillas, aunque él avisa que “si algo no puedo tolerar, es la mentira”. En la escena siguiente se devela a qué se dedica Roy, al menos en ese momento: a la estafa financiera, tan retorcida como el género dicta. Cuando Betty le cuenta que acaba de pagar un 0 km al contado, él vibra como un caballo ante una mosca. “¿Al contado?”, se queda pensando, con una sonrisa en el rostro. Todo avanza como un 0 km entre Betty y Roy … salvo por la presencia del nieto de ella, una especie de perro de presa, que prácticamente vive en casa de la abuela y parece tan celoso como Otelo.
Durante casi todo su transcurso, El buen mentiroso es algo así como una comedia negra de salón, protagonizada por dos actores sabios, elegantes y capaces de representar la duplicidad.Habiendo sobrepasado los 70, no se puede creer lo bien que están ambos. La negrura se ve mechada del espíritu que los ingleses, sus más grandes cultores, llaman understatement, que tiene como bastiones la alusión y la sutileza. Se advierte la diversidad de orígenes representativos: el Gandalf de El señor de los anillos viene del teatro y su estilo es en consecuencia más florido, más visible, más emperifollado. Mirren es nativa cinematográfica y eso da por resultado no sólo un mayor realismo en la actuación sino también una confianza más acentuada en el valor de la mirada. La de la actriz de La reina es avispada, picante, brillosa.
Notoriamente basada en una novela (la trama muy tramada así lo demuestra), El buen mentiroso juega con una carta tapada, de esas que al destaparse ponen todo el juego patas arriba. Esa inversión incluye el género, en tanto la comedia vira a un melodrama muy oscuro, y por tanto también al tono, que pasa del chisporroteo a la negritud. Cada uno sabrá si ese violento viraje lo pone en el lugar de cómplice del dolor o víctima del ocultamiento. Una curiosidad: pese a ser (locación, elenco, equipo técnico completo, de director para abajo) una de esas películas más inglesas que el Big Ben, El buen mentiroso no es inglesa sino estadounidense. Cuestiones de quién tiene el poder más largo.