El buen mentiroso comienza como una historia sobre los encuentros virtuales entre solos y solas en la tercera edad, continúa bajo la forma de un clásico relato de estafadores expuestos al riesgo de quedar a su vez estafados y termina como un grave melodrama sobre secretos guardados a lo largo del tiempo. La primera impresión puede engañar: a pesar de sus dos venerables figuras protagónicas y de un prolijo dispositivo de producción detrás, ninguno de los registros mencionados funciona. Ni siquiera convencen en una mínima forma.
Todo aquí resulta caprichoso, forzado, ajeno a cualquier sentido más o menos lógico de continuidad narrativa y sentido dramático. Las simulaciones de los personajes centrales resultan insostenibles, los clisés más elementales de las peores películas de suspenso afloran a cada momento (y eso que en algún momento hay una escena que parece burlarse de esa alusión) y actores del prestigio de Mirren y McKellen parecen trabajar a reglamento, tratando al menos de disimular un poco que no creen para nada en lo que están haciendo.
Todo es tan incongruente que en un momento surge la desesperada obligación de sobreexplicar un desenlace sacado a la fuerza de la galera. Nada nuevo para un realizador que hace mucho tiempo viene en picada. La última película interesante que dirigió Condon fue Dioses y monstruos, también con McKellen. Hace 21 años.