Es un cineasta rarísimo este León de Aranoa. Tiene talento para colocar en la pantalla lo pertinente y para diseñar una puesta en escena; tiene talento para dirigir actores e -incluso en el trazo grueso- permitirles la sutileza y el medio tono. Pero también padece de un defecto: la religión de “el tema”. Aquí satiriza a un empresario ejemplar, a punto de ganar un premio, al que el despido de un empleado empieza a causar problemas. Problemas que permiten mostrar que el “buen patrón” es un desgraciado. Porque, como se sabe, los ricos son todos desgraciados, carecen de escrúpulos y sus sentimientos son fingidos. Este lugar común, parece armarse poco a poco, de modo risueño y con sutileza. Pero no: en un momento, la cosa es trazo grueso y condena casi explícita, de la comedia al grotesco publicitario casi sin solución de continuidad. ¿Es esto malo? ¿Es malo que una película diga a los gritos lo que piensa su autor? No, claro: vean South Park-La película, que es genial (estamos muy animados, es cierto). Lo que es malo es que una buena realización y el trabajo notable de Javier Bardem se disuelvan en una moraleja que no es más que un lugar común, a veces real y, muchas veces, no.