Reconocido internacionalmente por Los lunes al sol, que retrataba la vida de unos trabajadores sumidos en el desempleo, el cine de Fernando León de Aranoa siempre tuvo el foco en los conflictos sociales, desde los cuales erigió lo fundamental de su filmografía. Una labor estructurada en el drama social y en las realidades postergadas de la sociedad española pero sustentada en la mirada a los márgenes sociales que, como un cúmulo de asimetrías, retrató con pulso firme, extraordinaria humanidad y bastante desencanto sobre el porvenir. Suponer que el director de Princesas podía instalarse en el lugar de la comedia sin abandonar un ápice su cine comprometido con lo social parece imposible.
El buen patrón así lo demuestra, además de rescatar un elemento modélico tan importante para el arte español como el esperpento, que acentúa lo grotesco y sórdido presente en la realidad y que de la creación de Valle-Inclán devino en su matriz cinematográfica en la lente, principalmente, de Luis García Berlanga. El cineasta fue un gran retratista de esa sociedad mirada a través de un espejo deformante en películas inolvidables como Bienvenido Mister Marshall, El verdugo o La escopeta nacional, que permitieron -unida la burla con la sátira social- brindar una profunda lección moral sobre la realidad. Aranoa encuentra la herencia de esa tradición y se instala en el lugar de la carcajada inteligente y la risa ácida para entregar una obra que posa su mirada sobre cierto tipo de empresariado que va del cinismo a la manipulación sustentada en la más completa ignorancia por el semejante, sólo interesado en un poder que busca ampliarse.
La vida de Julio Blanco, dueño de la tradicional Básculas Blanco, es seguida en un compendio de días que son sólo una sucesión de problemas y contrariedades mientras el empresario intenta mostrarse comprensivo y hasta paternal con los empleados de su fábrica. En la trama, sus trabajadores aportan principalmente cuatro conflictos de diversa índole y se añade uno vital para el protagonista: ganar el concurso de modelo empresario, lo que involucra la visita de una comisión evaluadora. Las tramas paralelas confluyen en un gran final que suma en efectividad gracias al gran pilar de la película que es la formidable, efectiva y contundente labor de Javier Bardem como ese jefe que busca ser ejemplo social mientras se enreda tanto en los manejos políticos de su localidad como en los conflictos personales de sus empleados, sin importarle nada más que conseguir el trofeo que le falta colgar en su pared.
Radiografía social y eficaz entretenimiento, El buen patrón estructura una impresionante mirada al mundo laboral pleno de ironía en su desarrollo de comedia negra, potenciado por ese gran simulador que es el Blanco que interpreta Bardem para quien, tanto en la vida como en la industria, la balanza debe estar en equilibrio aunque, sin una perspectiva humana, se justifiquen todos los medios para conseguir arbitrarios fines.