La mente humana, a veces, es intrínsecamente perversa. El disparador de El cadáver de Anna Fritz, primer largometraje de Hèctor Hernández Vicens, juega con ese vil límite en su interesante primer acto, pero va perdiendo fuerza poco a poco conforme avance la trama.
Hay algo de morboso en todos los seres humanos. Al mirar las noticias y sorprendernos con los detalles escabrosos de ciertos eventos, al frenar frente al lugar de un accidente para presenciar algún cuerpo, todos somos partícipes hasta cierto punto en el juego del morbo. El trío de amigos que se cuelan a ver el cuerpo de la célebre actriz Anna Fritz antes de su descanso mortal es afín a este juego, pero llevan su propia curiosidad hacia un límite sospechado, pero nunca expresado en voz alta. ¿Que se siente tener relaciones carnales con una persona muerta? Ese planteamiento, por demás incómodo, puebla las primeras escenas con el vicioso Iván, el sosegado Javi y el cuidador Pau, quienes tienen frente a ellos la oportunidad de ver a una figura estelar de la pantalla como Dios la trajo al mundo. Ante la extraña situación a la que se ven expuestos, los muchachos no dudan en aprovecharse, algunos con más reticencia que otros.
La culminación de este atroz acto es el punto álgido de la película, un ejercicio de estiramiento de lo que perfectamente podría haber sido un cortometraje en un largometraje de 70 minutos al que, claro, se lo ha rellenado para saldar su estreno comercial. Más thriller que horror, el guión de Hernández Vicens e Isaac P. Creus juega sus cartas de una manera predecible, apuntando a impactar a la audiencia en sus primeros momentos para devenir en suspenso estándar que no termina de cuajar ni satisfacer una vez que la cortina desciende en los momentos finales. Parte de que el encanto se pierda es su falta de respuestas a interrogantes muy básicos. Detrás de una muerte mediática tiene que haber un manto de silencio y protección extremadamente elevadas, lo cual no se condice con tres jóvenes entrando como si nada en la morgue del hospital a hacer de las suyas. ¿Qué tan grande era Anna Fritz? Sólo lo sabemos por un voiceover al comienzo de la película, que no vale de mucho para pintar un cuadro dimensional de la actriz, que encarna con mucho tino y fuerza -sin soslayar la exposición corporal- Alba Rivas. Y eso sin cuestionar las cualidades lazarescas de la difunta, aunque eso sería entrar en territorio de spoilers. El trío que componen Cristian Valencia, Bernat Saumell y Albert Carbó salen bien parados como el grupo lanzado a una pesadilla de su propia creación, a veces sobreactuados, otras muy sentidos en sus expresiones faciales y corporales.
La economía narrativa con la que cuenta El cadáver de Anna Fritz es admirable. El suspenso en una sola locación funciona de vez en cuando, y acá el director se ve beneficiado de esos lúgubres pasillos con iluminación austera. Es una pena que el incomodísimo primer acto vaya diluyendo su carga moral y termine muy lejos de lo que en principio establecía, pero su ajustada duración impide que todo se vaya al garete, terminando sin mucha pena y un poco de gloria.